Este año el día mundial del medio ambiente (el 5 de junio) ha pasado más desapercibido que en ocasiones anteriores. Parece que hay problemas que dejan la preocupación por el entorno natural reducida a casi nada, como se puede ver en los últimos "barómetros" del CIS  (por cierto, es algo bien curioso que se llame así a estas encuestas, y no termómetros, higrómetros, preocupómetros, simplemente metros o de cualquier otra manera)  Y, sin embargo, esta celebración instituida por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, tiene más sentido que nunca. Es muy probable que gran parte de las crisis que estamos padeciendo (que son varias, no una) se deban, entre otras cosas, a nuestra peculiar relación con los demás habitantes del planeta, y aun con las substancias del planeta mismo. No creo que pueda separarse la política social de la natural (valgan los términos). Por eso me atrevo a proponer que la indignación que tan justamente ha estallado en estas últimas semanas busque convertirse en acción también en el terreno de lo ambiental. He aquí un ejemplo de indignación plasmada en acción de éxito, con amplias repercusiones sociales y naturales.