Me alegra que María José saque este tema. Que no es fácil, desde luego, pero la entrada me ha dejado un tanto perplejo. Para empezar, si vivir es “apagarse lentamente”, como parece indicar el título, no sé qué tendría de mejor “apagarse rápidamente” mediante el suicidio. En cuanto a los argumentos “a favor de la vida”, echo en falta uno que me parece básico y tradicional (por lo menos desde Aristóteles). El suicidio es problemático porque supone un daño, no al propio sujeto moral, que de tener éxito en la tarea dejaría de serlo, sino a su entorno, a la comunidad. Ojo, no a la “humanidad” en abstracto, sino a otros seres humanos concretos y tangibles. No necesariamente porque sea una buena persona; podría argüirse que el suicidio de Hitler debería haber sido impedido (de haber sido posible hacerlo) para no hurtar a sus víctimas que se hiciera justicia. En el juicio moral hay que ir caso por caso. No es lo mismo el suicidio de Hitler que el de Ramón Sampedro (sobre el que por cierto, hay que leer lo escrito por Javier Romañach en: www.cuentayrazon.org/revista/pdf/135/Num135_009.pdf), que el de la protagonista del cuento “Irse de esta manera” de la siempre recomendable Lorrie Moore, que yo mismo analizo en el capítulo 9 de “Bioética para legos”: http://www.plazayvaldes.es/index.php?s=libro&id=1285. Permítidme (espero no resultar “paternalista”) que termine con una cita de ese relato, que desmitifica muchos tópicos sobre el “suicidio racional”: “es como si tu muerte y tú os miraseis a la cara como dos solitarios en un bar de solteros, que apenas se han hablado. No os habéis besado ni tocado en realidad, pero estáis dispuestos a meteros en la cama juntos”.