Por Manu Muner

Les explicamos a los muchachos de bachillerato que en la tesis gnoseológica del materialismo conocer algo es conocer el proceso (material) que lo produce y les hacemos ver que los antecedentes de esa concepción del conocimiento tienen que ver con lo que tanto Bacon como Leibniz consideraban el ars inveniendi, porque las etapas del proceso de conocimiento y de la evolución cognoscitiva y las mediaciones que utilizamos deben tener su reflejo en el lenguaje que trata de dar cuenta de ese conocer. Si no lo hiciésemos así nos encontraríamos entregando a los muchachos/as una interpretación unívoca y totalitaria de los fenómenos que se nos enfrentan y que hemos decidido afrontar. Por eso Francisco J. Fernández en El ajedrez de la filosofía nos dice: «... ponerse en claro. En mi caso eso sólo significa relatar los momentos, es decir, marcar el proceso seguido en la constitución del problema.» (p. 18)
Algunos de los que conocemos a Francisco J. Fernández y le hemos seguido en su biografía filosófica estábamos preocupados en esta última década porque creíamos que si bien el sistema de enseñanzas medias andaluz había ganado un magnífico profesor de filosofía sus amigos habíamos perdido un filósofo, dedicado como andaba convulsivamente en un mundo que muchos de nosotros éramos incapaces de entender: el ajedrez. Nos encontrábamos bien cada verano bien cada navidad y todo giraba sobre peones, alfiles y enrocamientos. Parecía habérsenos ido a la secta de la ajedrezología.
La sospecha freudiana de una regresión a una feliz infancia inmersa en el juego y la seguridad de unas normas nítidamente marcadas e incluso nuestra amistosa comprensión del goce de ese periodo de crianza de Miranda y Manu no era suficiente para perdonarle el abandono un poco altanero del filosofar por ese maquiavélico arte de mover piezas en un tablero. Algunos amigos esperábamos una reacción por su parte y esperábamos también volverle a ver en la pelea con el concepto, a vivir esa estancia incómoda en la verdad en que consiste la filosofía y sobre todo, dada la lejanía en la que nos coloca el arte de ganarnos los garbanzos, ver sus reflexiones sobre el papel, esta vez en nuestro negro sobre blanco. Nos fueron llegando los borradores de sus últimas reflexiones y el título conteniendo el término 'ajedrez' nos animó a leerlos y así rehabilitarlo filosóficamente y cuando algún amigo común nos preguntaba por su vida respondíamos: ¡¡Anda con el rollo ese del ajedrez!!
Finalmente recuperamos al amigo filósofo pero sin desengancharse del "maldito" ajedrez. El resultado era El ajedrez de la filosofía y allí nos explicaba su fijación con el ajedrez porque éste le permitía practicar un tipo particular de filosofía, filosofía como una disciplina que relaciona saberes distintos, discursos encargados de justificar vínculos a primera vista intempestivos (p.18) y además nos venía a decir que esto que ahora nos entregaba estaba  en relación con lo que siempre había hecho: «De alguna forma, es lo que siempre he hecho con cada una de las aficiones que he practicado, es decir, que me he visto en la obligación de justificarlas teóricamente, en la obligación filosófica de profundizar en ellas, desarmándolas de su mera dimensión de entretenimiento.» (p.29) Y el ajedrez es "un lugar donde acontecen verdades [...] o lugar donde se ve el funcionamiento de los conceptos" (p. 30).
En El ajedrez de la filosofía encontramos los problemas filosóficos tratados en su vinculación con el ajedrez: cuál es la relación entre el lenguaje y la lógica que gobierna el desenvolvimiento de la partida; cuál es el papel de la intuición en un juego como el ajedrez; cuál es la cualidad del espacio; ¿es el ajedrez un juego racional?; qué relaciones mantiene el ajedrez con la jurisprudencia, la ciencia, la generación del juego, los mundos posibles leibnizianos; ¿es el ajedrez un juego dialéctico?, etc. Vemos cómo van apareciendo los problemas a medida que el juego es cuestionado. Junto con el goce de la lectura nosotros añadimos el goce de haber recuperado a un amigo para la filosofía.


Manu Muner