El cuñado canadiense de una prima mía tiene los riñones enfermos y se tiene que dializar varias horas tres veces por semana. El cuñado de mi prima tiene dinero y sabe que un riñón en el mercado negro no es tan caro. Pero ha dicho que no y su hermano está dispuesto a donarle uno, si las pruebas médicas salen bien. Su historia me ha recordado un par de artículos sobre la venta de órganos humanos que leí en la prestigiosa revista The Economist. Son de noviembre de 2006 y me llamaron tanto la atención que los guardé.

Como es costumbre en esta revista, los artículos no van firmados. En ellos el periodista sostiene que la compra-venta de órganos debería someterse, como todas las cosas que merecen la pena, a las leyes del mercado, y pone como ejemplo y modelo a Irán. Con un desenfado muy apropiado para el tema, un artículo se titula “Psst, wanna buy a kidney?”. Y el título del otro, “Your part or mine?”, es sin duda una ingeniosa alusión al legendario desenlace de las primeras citas: “¿En tu casa o en la mía?”

El periodista se centra en el caso de los riñones, pues donar uno tiene menos riesgos, según dice, que una liposucción, mientras que el caso de otros órganos es más delicado. Y describe las peculiaridades de los riñones en comparación con otros productos y mercancías. Mientras que en el caso de cualquier producto normal, la escasez sube los precios e incentiva la producción, en el caso de los riñones la mayoría de los gobiernos imponen unas restricciones que distorsionan el funcionamiento del mercado. Como en la mayoría de los países la compra-venta de riñones está prohibida, la única razón para ponerlos en circulación es el altruismo. El periodista asegura que se trata de un incentivo muy débil y se lamenta de que todos los años mueran unos miles de personas en los países civilizados a la espera de un riñón.

El periodista sostiene que la manera de progresar y cambiar este triste estado de cosas es la regulación de la compra-venta de riñones y ofrece diversos argumentos.

El primero y más importante es que tanto donantes como receptores saldrían beneficiados por la legalización de la compra-venta de riñones. Los compradores podrían hacerse con riñones de calidad, pues los ricos que hoy acuden al mercado negro en África, América o Asia compran a menudo riñones enfermos. Y esta inversión es razonable en términos económicos, pues el coste de un riñón con los precios actuales y medicamentos anti-rechazo de por vida equivale al coste de tres años de diálisis. En cuanto a los vendedores, el periodista asegura que podrían ganar su buen dinerito y pagarse, por ejemplo, ¡un seguro médico!. Es claro que con un riñón y atención médica podrán vivir mejor que cualquier Joe con dos riñones. Sin embargo, en este punto el periodista parece haber pensado las ventajas económicas de los vendedores a partir de los costes para los compradores, olvidando la tajada que se llevan los intermediarios y que tanto lamenta. Pues con los 3.000 dólares que suele recibir el vendedor no podría pagarse un seguro médico o la diálisis (si le falla el otro riñón) más que durante unas semanitas.

El periodista recoge también un argumento de figuras senior del mundo médico: “Mientras haya personas decididas a obtener riñones y otras estén tan desesperadas como para venderlos, será imposible parar el comercio, por lo que es más razonable regular este negocio que obligarlo a permanecer en la clandestinidad”. Desde luego, deberíamos trasladar el razonamiento de estas lumbreras a otros casos dramáticos, como por ejemplo los crímenes de género. Como siempre habrá criminales dispuestos a asesinar a sus parejas, regulemos: que lo hagan de un tiro en el estómago y a menos de un kilómetro de un hospital, por si acaso.

Naturalmente, un sistema regulado de compensaciones conlleva menos problemas que el tráfico ilegal. Según asegura otra lumbrera citada por el periodista, curiosamente de la Universidad de Toronto, la ciudad del marido y el cuñado de mi prima: “Si en un país tiene lugar la compra-venta ilegal y no puedes pararla, es inmoral no regular el comercio, dado el daño que se produce en el mercado negro”.  

El periodista reconoce que también hay razones para prohibir la compra-venta de órganos. Y cita las de una catedrática de antropología médica, quien asegura que a los chavales de las chabolas brasileñas a los que ofrecen comprarles un riñón les engañan acerca del precio, los riesgos de la operación y los cuidados posteriores que recibirán. Pero, en el fondo, el periodista piensa que la oposición a la compra-venta de órganos humanos no puede ser racional, sino instintiva. De ahí su meridiana conclusión :  

“El instinto a menudo vence a la lógica. Y eso a veces es correcto. Pero en este caso la creencia instintiva de que vender trocitos de uno mismo no es correcto conduce a muchas muertes prematuras y a mucho sufrimiento. La respuesta lógica es, en este caso, la más humana.”

Me pregunto de dónde vendrá la expresión española “costar más que un riñón”, pues en principio no se venden y, cuando a pesar de todo se venden, no son tan caros. El lenguaje esconde giros realmente siniestros. Y tampoco se me ocurre a qué puede venir la expresión “costar un ojo de la cara”. Si el periodista conociera nuestra lengua, probablemente se le ocurriría alguna gracia para comparar el precio de un ojo de la cara y el de algún otro ojo de nuestro cuerpo que estaríamos dispuestos a vender más barato.

En cualquier caso, yo reconozco que hay cosas que me quedan un poco grandes y que no puedo pensar o imaginar sin un nudo en la laringe. Cada vez que me acuerdo del cuñado y del marido de mi prima, me quedo muy serio. Pero, a pesar de todo, confieso que también siento un poco de orgullo de tener una prima que tiene un marido y un cuñado en Canadá cuyo instinto contradice la lógica del mercado que doctamente nos presentan los ilustrados periodistas del Economist.

 

Artículo publicado también en http://www.debatecallejero.com/?p=596