He subido un par de entradas recientemente al blog hermano de esta sección en las que comento la cuestión de la eficiencia y la planificación estratégica en la defensa de la consideración moral de los animales no humanos. Si bien estas cuestiones exceden el ámbito puramente normativo, para tratar, más bien, con los modos en los que ponemos en la práctica, creo que pueden ser interesantes para quienes se planteen en serio la cuestión del antiespecismo. En realidad, pueden ser de utilidad para el planteamiento de cualquier acción estratégica. Reproduzco aquí el contenido de tales entradas.

La necesidad de analizar las estrategias en términos no de eficacia, sino de eficiencia comparada

Actualmente, dentro de la lucha contra el especismo y el uso de animales no humanos hay un tendencia a considerar las estrategias y tácticas en función de su eficacia, en lugar de su eficiencia. Bueno, en realidad no es tampoco así, sin duda me estoy excediendo en mi optimismo. Hoy en día lo que realmente hay es una tendencia a no llevar a cabo ningún análisis en absoluto de las estrategias llevadas a cabo. O bien a llevar una evaluación de estas en base a razones ideológicas morales, o mezclando lo estratégico con lo moral.

Ahora bien, en las pocas ocasiones en las que se lleva a cabo un debate sobre la cuestión en términos realmente estratégicos, lo que se hace es discutir si una determinada vía de acción puede servir o no para combatir el uso de animales no humanos. Se habla únicamente sobre su eficacia.

Esto es un erróneo. Para saber qué estrategias y tácticas es conveniente seguir es insuficiente estudiar su eficacia. Es preciso examinar su eficiencia. Más aun, lo relevante no es tampoco lo eficiente que una cierta estrategia pueda ser en sí misma. Lo relevante es que lo sea más que otras posibles estrategias que podamos asimismo emplear.

Vamos a ver a continuación por qué esta cuestión es mucho más importante de lo que podría parecer a primera vista.

Eficacia y eficiencia

La eficacia de una determinada acción es la capacidad que esta tiene conseguir el efecto buscado con ella. La eficiencia, a su vez, es la eficacia dividida por los recursos empleados para su obtención. Supongamos que María lleva a cabo una campaña para recaudar fondos, y, con 100 horas de trabajo consigue, por ejemplo, 1000 € (o $, o la moneda que sea). A su vez, Marta pone en práctica otra campaña con la que consigue, con 10 horas, 900 €. La campaña de María ha sido más eficaz que la de Marta (1000 contra 900), pero mucho menos eficiente (1000/100, esto es, 10 € por hora, contra 900/10, esto es, 90 € por hora).

Como tal, la consecución de nuestros objetivos es, en principio, una cuestión de eficacia. En la búsqueda de nuestros objetivos queremos ser lo más eficaces que sea posible. Ahora bien, para ello, por supuesto, lo que nos interesa es ser lo más eficientes que podamos, por el simple hecho de que nuestros recursos son limitados. Esta es la primera idea fundamental que quería indicar aquí.

La necesidad de comparar las distintas estrategias

A la hora de decidir si debemos seguir una determinada vía de acción, lo relevante no son los resultados que podamos obtener al seguirla. Lo relevante es que tales resultados sean comparativamente mejores que los que quepa obtener siguiendo cualquiera de las demás estrategias que podamos seguir.

Examinar una a una las distintas estrategias a nuestra disposición para ver si funcionan o no es algo necesario, pero, en sí mismo, totalmente insuficiente. Una vez llevado a cabo tal examen, es igual de necesario comparar cuál es más eficiente. Si una cierta estrategia a sirve efectivamente para lograr nuestros objetivos, pero hay otra estrategia b que lo consigue de forma más eficiente, no hay que seguir en modo alguno a. Que apueda conseguir unos buenos resultados no es lo relevante. Lo determinante es que con los mismos recursos consigue peores resultados que b, esto es, es menos eficiente que b, que es la estrategia que realmente deberíamos seguir.

Esta es la segunda idea fundamental que quería indicar aquí: el análisis de cuál es la estrategia y las tácticas que hemos de seguir tiene que ser comparativo.

Esto debe tenerse en cuenta tanto de modo general (esto es, en lo que respecta a nuestra estrategia) como en lo que refiere a casos concretos (esto es, en lo que toca a las tácticas con las que desarrollamos nuestra estrategia). Se puede mantener que, si bien una táctica puede ser la mejor de manera general, en ciertos contextos concretos puede ser mejor seguir una vía de acción distinta. Esto puede ser perfectamente el caso. Ahora bien, si ello es así, lo que habrá que hacer será examinar en tales contextos concretos cada táctica comparando la eficiencia que cada una de ellas tenga.

Por supuesto, puede defenderse que en gran parte de los casos es muy difícil llevar a cabo una comparación de este tipo. Pero esto no siempre es así. Y, en realidad, el hecho de que tal comparación no se lleve a cabo no se debe a la existencia de tales dificultades, sino a que no hay realmente un interés por llevarla a cabo.

Un ejemplo de debate mal enfocado: la discusión sobre el regulacionismo

Lo dicho hasta aquí puede considerarse en la práctica tomando el ejemplo de una vía de acción que es normalmente discutida de forma muy pobre: el regulacionismo, la búsqueda de regulaciones del modo en el que el uso de animales no humanos es llevado a cabo. Aquí no voy a examinar el regulacionismo, sino el modo parcial en el que este es discutido.

Actualmente hay una discusión relativamente extendida acerca de la validez de esta vía de acción (en contraste con el resto de las vías de acción, que son mucho menos debatidas, lo cual es tremendamente problemático). Pues bien, lo que se discute sobre el regulacionismo son dos cosas. En primer lugar, si es moralmente adecuado (un debate que resulta, por cierto, extremadamente chocante). En segundo lugar, si constituye una vía de acción que ayuda a los animales no humanos o no (aunque, como se ha dicho arriba, en la mayoría de los casos lo que se hace es discutir ambas cosas de modo mezclado y confundiendo una cosa con la otra).

Pues bien, ¿de qué es de lo que se habla en los pocos casos en los que lo que se discute realmente es si esta es una vía de acción que efectivamente puede servir para combatir el especismo y el uso de animales no humanos? Pues de si el regulacionismo ayuda a que avance la lucha contra el uso de animales no humanos. Se considera normalmente que es en esto en lo que ha de radicar el debate acerca del regulacionismo. Sin embargo, a la luz de lo que hemos visto más arriba, esto es algo que no puede ser correcto más que de forma muy parcial. La cuestión no es si el regulacionismo puede efectivamente ser eficaz o no. Esto, como mucho, será una parte de lo que se ha de discutir. La cuestión es si es más eficiente o no que las otras vías de acción a nuestra disposición.

Supongamos como hipótesis que el regulacionismo sea una vía de acción que efectivamente haga avanzar la lucha contra el uso de animales. ¿Implica esto que estaríamos aquí ante una estrategia que debería ser seguida? No tiene por qué. El motivo es el ya explicado arriba. Que un modo de acción, en este caso el regulacionismo, sea eficaz no implica que sea el modo de acción más eficaz. Ni implica que sea eficiente. Y téngase en cuenta que cada una de estas cosas tampoco sería lo verdaderamente relevante. Lo que importa es, como se ha dicho arriba, cuál es el modo de acción más eficiente (sea en conjunto o en cierto contexto). Aun si el regulacionismo fuese muy eficaz o relativamente eficiente, ello no tendría por qué implicar que fuese la vía de acción más eficiente. Y lo mismo cabe decir de cualquier otra vía de acción.

Esta es una causa de que el debate sobre el regulacionismo sea actualmente tan pobre. Al centrarse la cuestión en si el regulacionismo hace avanzar la defensa de los animales no humanos, se olvida que lo importante es si es la hace avanzar de modo más eficiente que otras vías de acción posibles. (Con esto no quiero decir que sea la causa principal de que tal debate sea tan pobre: puede que más importantes que esta sea la mezcla entre cuestiones ideológicas morales y de tipo estratégico, así como la hostilidad y falta de respeto que caracteriza esta discusión).

Me gustaría poder decir, aunque parezca paradójico, que el mismo error es cometido en el caso del debate sobre otros posibles modos de acción, como son la prohibición paulatina de distintos usos de los animales no humanos, la búsqueda del cierre paulatino de los centros en los que se usa a los animales no humanos, el ocasionamiento de daños económicos al uso de animales no humanos, el cuestionamiento del especismo, etc. Por desgracia, sin embargo, no puedo decir esto, debido a que este error no se comete en estos casos. Y digo por desgracia porque el motivo por el que esto es así es que estas vías de acción no son prácticamente discutidas en absoluto, lo cual es todavía peor. Esto hace que el debate sobre el regulacionismo sea aun peor, pues lo que en la actualidad está haciendo es ocultar la necesidad de debatir sobre las distintas posibles tácticas y estratégicas, al centrarnos únicamente en discutir una sola de ellas.

 

Estrategias y tácticas

 

Para quienes tengan menos familiaridad con el uso de estos conceptos, esto puede aclarar la cuestión arriba planteada. El activismo dirigido a combatir el especismo tiene el objetivo de reducir las consecuencias que este tiene para sus víctimas en el mayor grado posible. Para lograr tal fin, podemos idear y seguir un plan determinado que considere que rumbo pueden seguir los acontecimientos en función de cómo actuemos o dejemos de actuar. Esto es lo que podemos llamar estrategia. Definida de modo amplio, una estrategia es plan de acción para la consecución de ciertos objetivos. Mediante la estrategia buscamos conseguir algo que haga que nuestro objetivo se cumpla. Ese “algo” que buscamos constituye nuestro objetivo estratégico. Ahora bien, la estrategia se tiene que poner en práctica en el día a día, y quizás en contextos distintos. Tal puesta en práctica puede tener distintos requerimientos, según el caso. Si nuestra estrategia pasa por comunicar una cierta idea a la opinión pública, puede que en un cierto momento lo mejor sea acudir a los medios de comunicación, en otro realizar un buzoneo, en otro convocar eventos públicos… La puesta en práctica concreta planificada de la estrategia en cada momento y contexto requiere que vayamos consiguiendo objetivos concretos puntuales. Para cumplir tales objetivos llevamos a cabo ciertas vías de acción también planificadas pero de carácter puntual, que juegan un rol causal en los distintos pasos necesarios para el desarrollo de la estrategia. Estas reciben el nombre de tácticas. La táctica tiene sentido, pues, siempre dentro de una estrategia. La estrategia es el plan general para la consecución de nuestros fines últimos, la táctica el plan concreto para cada paso dentro de tal diseño general.

Una cierta vía de acción puede ser utilizada como una estrategia si es empleada para conseguir directamente, mediante su puesta en práctica, los objetivos buscados. Pero esta misma vía de acción puede ser utilizada como una táctica si es empleada no para conseguir tales objetivos directamente, sino para poder desarrollar una estrategia distinta que a su vez sea la que consiga tales fines. Supongamos, por ejemplo, el caso del ejecutivo de una empresa poco conocida, cuyo objetivo es que esta gane dinero. Puede optar por una estrategia consistente en vender un producto A, muy popular pero con el que se obtiene poco beneficio o por un producto B, menos popular pero que proporciona ganancias mucho mayores. Imaginemos que en un determinado país A tiene una gran demanda. Entonces puede ser que la mejor estrategia sea dedicarse a su venta. Pero puede ser que en otro país A sea un producto popular, pero que no venda tanto, y que B dé más dinero. En tal contexto, vender A es una mala estrategia para conseguir el objetivo. El ejecutivo debe entonces optar por B. Ahora bien, puede ser que una buena táctica para conseguir poner en práctica su estrategia, consistente en vender B, sea conseguir que su empresa sea conocida. Y tal vez un medio de conseguir esto sea vendiendo inicialmente A. Si es así, vender A no es aquí realmente la estrategia, sino sólo una táctica. Vender B es la estrategia. Así, hay que distinguir estos tres niveles: objetivos finales, estrategias y tácticas. Es importante tener en cuenta que lo que determina la estrategia a seguir no son simplemente nuestros objetivos como tales, sino aquello que puede hacer que consigamos estos de forma más eficiente. En ciertos contextos, una cierta estrategia puede valer, en otros no. Por otra parte, puede haber vías de acción que constituyan pésimas estrategias pero óptimas tácticas puntuales para el desarrollo de otras estrategias.

Supongamos, por ejemplo (es una mera hipótesis), que quisiésemos acabar con la tauromaquia mediante stands informativos (buscando convencer en ellos al conjunto de la sociedad). Supongamos que tal estrategia está condenada al fracaso, porque no es posible acabar con la tauromaquia de ese modo (no estoy afirmando que esto sea así, sólo suponiéndolo). Supongamos, por ejemplo, que, sin embargo, los stands son útiles para aumentar la concienciación de ciertos sectores contra la tauromaquia, para recabar apoyos, hacer contactos, etc. Si esto es correcto, tenemos que el despliegue de stands informativos no es una buena estrategia, pero puede constituir una muy buena táctica englobada en el conjunto de otra estrategia más amplia. Esto es un ejemplo hipotético, insisto, con esto no pretendo defender ni criticar los stands ni decir nada sobre la lucha contra la tauromaquia. Pero nos muestra la necesidad de no perder de vista la distinción entre procedimientos guiados por consideraciones tácticas y guiados por cuestiones estratégicas.