La disciplina política, la verdadera, cuenta en para su buen desarrollo de la ética. Los políticos, los verdaderos, no los Politicastros (usurpadores de cargos), cuentan en su formación con principios y valores para el servicio público. Convirtiéndose en Guardianes del Estado, como les denominó Platón, teniendo por objetivo velar por el interés común, el de la sociedad en general. En este artículo se exponen algunos datos que fundamentan la relación ético-política.

El instrumento fundamental desde antaño para formar a los hombres de gobierno era la ética. En la antigüedad, aquel que quería participar en los asuntos públicos tenía que pasar por esta disciplina la cual era considerada como una rama de la política. Era el filtro para conseguir que los hombres que llegaran a ocupar los cargos públicos obraran bien. En las antiguas civilizaciones se encuentran referencias sobre la formación en valores para los gobernantes antes de que éstos tomaran posesión del cargo. Estas culturas contaban con tratados sobre el tema, con códigos para la función pública y con maestros que los impartían. Las culturas antiguas nos dejaron testimonios muy valiosos en esta materia. Partiendo del siglo XVIII a. c. disponemos de Código de Hammurabi, en Babilonia. De China (siglo V a. c.) nos han llegado Los Cuatro Grandes Libros del sabio Confucio, de los que se derivan Los principios chinos sobre conducta pública.  De los antiguos griegos (siglo IV a. c.) existen las obras de Ética que escribiera Aristóteles así como Las obras morales de Plutarco. De la India (siglo III a. c.) proceden Los principios del Rey Asoka. De la Roma clásica (siglo I a. c. y siglo I d. c.) contamos con el tratado Sobre los deberes de Cicerón así como Los tratados morales de Séneca. De esta manera, los gobernantes de antaño ejercitaban el arte de gobernar basándose en principios éticos que respaldaban cada una de sus decisiones. “Desde antiguo, los seres humanos se percatan de que para vivir bien es imposible dejarse llevar por todas las pasiones que les inducen a obrar, y de ahí que también desde antiguo surja la idea de introducir un orden tal entre las pasiones que unas dominen sobre otras, unas sean dominadoras de las otras.” (Cortina, 1998, 64).

Aristóteles  construye su teoría de la política partiendo del entorno que rodea al hombre. De esta manera estudia primero la naturaleza mineral, posteriormente la vegetal y animal para llegar finalmente a la naturaleza humana. Y sostiene que sólo en la medida en que se conoce la naturaleza del hombre, con sus vicios y virtudes, se puede aspirar a la política. Como ya se ha señalado, este autor fue el primero en elaborar una obra escrita sobre la ética en la que muestra la importancia de ésta y la relación intrínseca que existe con la política. En este sentido escribió: “La política es la más importante de las ciencias y la más arquitectónica. Ella determina lo que cada ciudadano debe aprender y en que medida debe aprenderlo. (...)  Al utilizar la política en las otras ciencias y al legislar qué es lo que se debe hacer y qué es lo que se debe evitar, el fin que persigue la política puede involucrar los fines de las otras ciencias, hasta el extremo de que su fin es el bien supremo del hombre.” [1]

Históricamente, el tema de la ética siempre ha acompañado a la política como elemento que la complementa. En política, las decisiones no se pueden tomar como en las ciencias exactas, por lo que resulta de una profunda insensibilidad tomar decisiones basadas en criterios económico-cuantitativos a fin de ajustar el presupuesto, cuando se actúa así se abandona a la miseria, a la enfermedad, y a la inasistencia a los seres humanos, siempre los más desfavorecidos, que sin duda son también miembros de la comunidad. Un político no es un especialista técnico o científico y su papel es, como afirma Camps (1996), “sumar peras con manzanas”. En sentido contrario, las estrategias y decisiones políticas tampoco pueden simplemente sustituirse por más moral, ni el político puede cambiarse por el moralista. Es importante recordar que los extremos son malos y que la política y la ética por separado son incapaces de alcanzar acertadamente los objetivos en un Estado, por lo que es necesario buscar el equilibrio entre la virtud del <ético> y la experiencia del .

Puesto que la política no trata únicamente del poder en sí sino de cómo la cosa pública afecta a la vida de las personas, no se puede dejar esta disciplina sin elementos que la orienten en momentos críticos. Actualmente, ante los cambios mundiales, los ciudadanos muestran una mayor exigencia hacia sus gobiernos bajo una nueva forma de hacer política que se acompaña de valores como la transparencia, la participación o la rendición de cuentas.

Un estudio de Edward Hallet Carr, titulado Twenty Years, Crisis 1919-1939,  en el que analiza el periodo de la primera guerra mundial hasta el inicio de la segunda, concluye con un capítulo sobre la moral en el nuevo orden internacional en el que afirma: “Así como siempre es utópico ignorar el elemento poder, también es una forma irreal de realismo ignorar el elemento moral en cualquier orden mundial. Al igual que, dentro del Estado, un gobierno necesita poder como base de su autoridad, también necesita el fundamento moral del consenso de los gobernados.”[2] Sobre esta misma idea, Hans J. Morgenthau publicó en 1848 la obra Politics among Nations. En ella defiende la necesidad de una escala de valores al señalar: “Es absurdo decir que una actuación política no tiene ningún objetivo moral, pues la acción política puede definirse como el intento de realizar unos valores morales por medio de la política, y esto es el poder.”[3]

La valoración del poder en política se halla en dependencia directa con la imagen que se tenga del ser humano. Aquellos que consideran al hombre como bueno por naturaleza, racional, consciente y educable, ven la política como un medio para el progreso humano y para el desarrollo del mundo y por tanto ven el poder cómo algo benéfico. En cambio, los críticos del deber ser del político, señalado en la teoría política, consideran al hombre como corrompido por su naturaleza irracional y por tanto peligroso. Miran siempre la política como un negocio sucio, un quehacer inevitablemente inmoral y por consiguiente contemplan el poder como algo nocivo.

El mundo es una realidad dual y en el hombre se hallan mezclados lo bueno y lo malo. En política no se puede ignorar que el poder, dada la condición ambivalente del hombre, no siempre ni en todas partes ha sido utilizado de manera correcta. La historia de la humanidad está llena de ejemplos que muestran como se ha abusado de él. Precisamente por eso, desde los tiempos más remotos, han existido individuos que han dedicado sus esfuerzos para intentar controlar ese abuso. De ahí que entre la ética y la política siempre haya existido una relación inevitable.

Desde antaño, los estudiosos de la política han coincidido en la necesidad de que ésta se acompañe de la ética, porque cuando la ética se ausenta, se utilizan todos los medios, incluidos “los inmorales como la mentira, el engaño, la traición, el asesinato político y la guerra. Ni la diplomacia, ni los servicios secretos ni la policía están por encima de la moral” (Kung, 2000, 97).


[1] Ética Nicomaquea, Op. Cit, 1094 b


[2] Cf. Edward H. Carr, The twenty Years Crisis 1919-1939. An Introduction to the Study of International Relations, Londres 1939, 1946.

[3] Cf. “Another Great Debate. The national Interest of the United States”, en Politics in the Twentieth Century, Vol. I : The Decline of Democratic Politics, Chicago, 1926, p. 110.