A estas alturas, las meras declaraciones de buena voluntad no tienen utilidad. Si no ha existido un compromiso real de parte de los Estados participantes, es porque en realidad ninguno está seguro de cumplir con lo ofrecido. De cierta manera, se busca la exculpación, pero lo que corresponde –a mi juicio- es la autocrítica. Copenhague resultó frustrante, y es de esperar que en Cancún -a fines de noviembre y principios de diciembre de 2010- el resultado sea más alentador y por fin se constituya un tratado que produzca efectos vinculantes. Pero detrás de políticos o representantes ineptos, existe un pueblo que debe ser oído y que para ello, debe definir su postura y expresar claramente su voluntad. Creo que la educación y la difusión de información a los ciudadanos, siempre ha sido y será la única vía segura de frenar la crisis ecológica. Es, finalmente, el ciudadano –o si se quiere en términos más mercantiles- el consumidor quien tiene la última palabra y señala las preferencias, controla a sus autoridades, ejerce presión y fiscaliza la actividad industrial. Del mismo modo, el rol de las universidades es elemental; la formación de profesionales que cuenten con una orientación ética- ambiental, producirá muchos efectos a mediano y largo plazo (y por qué no decir también, a corto), concretándose por medio del flujo de información, liderazgos y organización.