La justificación del victimario
como estrategia identitaria
para el veterano de guerra

The Victimizer’s Justification
as Strategy for War Veteran’s Identity

Alberto Murcia

Universidad Carlos III

albertomurcia79@gmail.com

1. La retórica de la justificación del victimario

La figura del veterano que regresa a casa está levantado importantes preguntas sobre el papel que éste juega en las sociedades contemporáneas. Estas cuestiones surgen cuando trata de incorporarse a la sociedad civil. ¿Qué puede hacer una sociedad democrática para integrar adecuadamente a los veteranos a la vida civil, donde la paz se considera un valor que se debe defender? (Sherman 2015); ¿Cómo tratar sus patologías específicas, como el síndrome de estrés post-traumático? (Shay 2002); ¿Por qué perdieron la confianza en el mundo? (Corbí 2010); ¿Por qué comparten una gestalt sobre cómo interpretar el mundo? (Theweleit 1987; Littel 2008); ¿Qué aporta su conocimiento directo a los imaginarios sobre la guerra que se han extendido en la sociedad civil? (Alexievich 1992; Corbí 2012; Shay 2010). Creemos que la mayor parte de estas preguntas están relacionadas con cómo el veterano elabora su identidad narrativa tras el conflicto bélico, mediante lo que se conoce como sentido narrativo del yo (Goldie 2013, 118), esto es, cómo un sujeto elabora narrativas de identidad personal que le permiten reconocerse a sí mismo en la narración.

Se plantea aquí la hipótesis de que el veterano de guerra elabora las narrativas de reconstrucción de su identidad personal en dos direcciones:1

(1) Dirección de aceptación. Mediante estas narrativas el veterano se hace cargo de la Experiencia del daño.

(2) Dirección de evasión. Mediante estas narrativas el veterano plantea una visión íntegra del yo que se puede trazar desde antes de la guerra y que se mantuvo intacta, sin fisuras, tras su paso por la guerra. El yo de pre-guerra se identifica con el yo de post-guerra.

Aquí nos detendremos a examinar lo que denominamos justificación del victimario, esto es, una estrategia para elaborar la identidad personal que mezcla elementos cognitivos y narrativos. Su finalidad es contener el yo y proteger las expectativas del mundo. La justificación del victimario evita al veterano que cargue con lo que denominamos Experiencia del daño. Esta estrategia tiene su origen en (2) la dirección de evasión, pues parte de la premisa de que los valores que se integran en el núcleo de la identidad del veterano no fueron alterados durante la guerra. Más adelante explicaremos qué se quiere decir con “expectativas sobre el mundo” o “Experiencia del daño”, pero antes aclaremos estas dos direcciones y la relación de (2) con la justificación del victimario.

En términos generales, (1) plantea la ruptura que el veterano percibe al tratar de reconstruir su sentido narrativo del yo; mediante el ejercicio de reconstrucción narrativa, encuentra que es incapaz de reconciliar las perspectivas que tiene entre la persona que partió al combate y la que regresó. Por el contrario, (2) plantea una visión unitaria del veterano. El veterano tiende considerar que la guerra cambió tanto la perspectiva y como las expectativas sobre la realidad que tenía antes partir, sin embargo, el veterano que ha orientado su identidad narrativa hacia la dirección de evasión considera que su núcleo de identidad, que reconoce mediante su discurso narrativo, ha permanecido igual a pesar de la guerra. En (2) encontramos los discursos que hemos denominado como justificación del victimario. Está estrategia narrativa cumplen dos funciones. La primera consiste en proteger la identidad narrativa del veterano; la segunda permite salvaguardar las expectativas del mundo humano. Este artículo examinará solo la dirección de evasión como estrategia de contención del sentido narrativo del yo y protección de las expectativas del mundo. Las implicaciones de (1) para la identidad del veterano quedan para otra ocasión.

La dirección de aceptación y la dirección de evasión rara vez son complementarias en el discurso del veterano. Si el veterano acepta las contradicciones entre la identidad de pre-guerra y post-guerra (veremos que esto se realiza mediante un relato en el que da cuenta de la Experiencia del daño) significa que este no va a utilizar estrategias de contención del yo y considera que las expectativas sobre el mundo humano son una ilusión (al menos en el contexto de la guerra); por el contrario, el veterano que abraza la dirección de evasión levanta una doble contención: la del yo y la de las expectativas sobre el mundo. Trata de evitar así hacerse cargo de la Experiencia del daño. Puede suceder que el veterano cambie a lo largo de su vida de la dirección (1) a la (2) o al revés, pero no se puede sostener un discurso (1) y (2) de forma simultánea sin caer en contradicción. Que el veterano reconozca que la guerra lo cambió no significa que considere que hay una profunda contradicción entre el yo de pre-guerra y el yo de post-guerra. Cuestión diferente es que tanto la dirección (1) como (2) puedan ser utilizadas para el mismo fin, como, por ejemplo, generar discursos antibelicistas (Flores 2016). La razón reside en que estas narrativas están relacionadas con cómo el veterano elabora su identidad narrativa dando orden y sentido a su paso por la guerra, por tanto, es razonable pensar que este se pueda identificar con las causas que le llevaron hasta la guerra y considerar que sus acciones fueron justas y significativas en el contexto bélico y, sin contradicción, rechazar la guerra en la que participó por cómo se trastocaron ciertos principios morales que, se entiende, la impulsaron y con los que el veterano se identificaba antes del conflicto y aún se sigue identificando. El veterano, por ejemplo, puede considerar que “llevar la democracia” a Iraq es un motivo justo para pelear y, a la vez, estar en contra de la guerra en Iraq cuando descubre que esta tenía poco que ver con los valores democráticos y mucho con hacerse con el control del petróleo en Oriente Medio. Es bastante común este tipo de discurso entre los veteranos en el que esos se identifican con los valores que justificaron un conflicto, y a la vez, se opone a cómo se hizo efectiva la guerra. Puede encontrarse tanto en el veterano de Vietnam, como en el de las dos Guerras del Golfo, como en el veterano alemán tras la I Guerra Mundial (Schivelbush 2003; Shay 2002/2010; Flores 2016), entre otros, lo que sugiere que puede ser una experiencia que trasciende un lugar o tiempo específico.

¿Qué entendemos entonces por justificación del victimario?2 Dijimos que los veteranos que han usado narrativas sobre el sentido narrativo del yo del tipo (2), la dirección de evasión, están evitando la Experiencia del daño. Esto implica elaborar una justificación suficiente que permita establecer con claridad un par de cuestiones. La primera ya se ha indicado: el veterano se identifica con una narrativa personal en la que éste se vea a sí mismo como el mismo sujeto antes, durante y después de la guerra. Para que esto suceda debe encontrar razones suficientes que le permitan afirmarlo. En otras palabras, debe creer que su núcleo identitario, habitualmente relacionado con ciertos valores (morales) inquebrantables, se ha visto inalterado por la guerra. Esto implica que, si quebrantó ese núcleo de su identidad, necesita una justificación suficiente para que pueda seguir afirmando que su identidad ha permanecido inalterable. La justificación del victimario establece como verdadero que la identidad fue inalterada pese a que el veterano pudiera haber participado en sucesos que pongan en tela de juicio su crrencia de que nunca ha quebrantado sus principios morales, aquellos en los que deposita lo que considera que es su núcleo de identidad.

Alguien que va a la guerra; se dice a sí mismo que es una persona que nunca disparará a un civil; durante un asalto a una casa su escuadra tiene la orden de disparar primero a todos los habitantes y preguntar después; consecuentemente, los habitantes de esa casa, niños incluidos, son eliminados sin hacer diferencia entre legítimos combatientes y civiles. Si esa persona pretende ajustar sus actos a lo que creía que nunca haría durante la guerra puede afrontar que su núcleo de identidad era quebradizo y la guerra le ha trasformado profundamente. Sería un caso de narrativa de dirección de aceptación. Pero puede elaborar el encuentro mediante una dirección de evasión y justificar el asesinato de civiles de tal modo que su núcleo quede inalterado. Si este último es el caso del veterano, que fue un victimario dentro del contexto de la guerra, justificará su acción mediante retóricas del tipo “cumplíamos órdenes de los superiores”, “no me enrollé para esto, pero así es la guerra”, “en la guerra no hay civiles, todos son el enemigo”, etc. Si quiere evitar la Experiencia del daño y asegurar que su integridad identitaria permaneció inalterada, entonces, estará aplicando la justificación del victimario. Es decir, una estrategia que consiste en contener (o proteger) lo que considera que es su núcleo de identidad.

La segunda se sitúa en una dimensión diferente. Tanto el veterano que acepa (1) como el que tomó el camino de (2) saben algo que los civiles que se quedaron en casa desconocen: las guerra destruye las expectativas del mundo. La justificación del victimario consiste en establecer un cordón de seguridad que impida que lo que el veterano sabe sobre la realidad de la guerra destruya las expectativas sobre el mundo que tiene la sociedad civil. Es decir, trata de que no cambie el imaginario que los civiles tienen sobre la guerra (Corbí 2010/2012).

Por tanto, podemos resumir, la estrategia del victimario cumple esta doble función:

(i) Contener el yo.

(ii) Proteger las expectativas del mundo humano.

Es importante aclarar que el veterano no necesariamente utiliza de forma intencional la justificación del victimario como si fuese una herramienta cognitiva deliberadamente racional. Estas categorías las extraemos desde los diferentes testimonios que nos legan los veteranos. Desde ahí podemos establecer que su narrativa sobre su sentido del yo se encaminó en la dirección de aceptación o de evasión. De las que tomaron esta segunda vía, podemos inferir el mecanismo subyacente que se fundamenta en las dos premisas mencionadas: contener el yo y proteger las expectativas del mundo humano. De nuevo, estos dos enunciados describen lo que llamamos justificación del victimario. Cuando hablamos aquí de testimonio, lo hacemos en un sentido muy amplio. Este incluye las entrevistas que ofrecen los veteranos, los informes psicológicos de sus doctores, los diarios que dejaron e incluso las obras de ficción en las que relatan sus experiencias. Lo importante para este trabajo, consideramos, no es tanto que de verdad les sucediera tal o cual experiencia específica, sino cómo se ve el veterano a sí mismo y al mundo cuando elaborar su sentido narrativo del yo.

Hay que explicar por qué utilizamos el término “victimario” para referirnos a un soldado durante una situación de conflicto bélico, pues implica que, si hay victimarios soldados, debe haber soldados víctimas. ¿Victimas y victimarios en qué sentido? ¿Cómo se puede decir que un soldado que mata a otro soldado está en posición de victimario y víctima cuando existe una relación acordada y simétrica que se establece mediante el contexto de la guerra? Pero antes de abordar esa cuestión, deberíamos aclarar en mayor medida qué es el sentido narrativo del yo, qué es la “Experiencia del daño” y a qué nos referimos con “expectativas del mundo humano”.

2. El sentido narrativo del yo

El concepto que aquí se maneja de identidad procede de una versión que podría considerarse como moderada de la hipótesis narrativa del yo; el punto de partida teórico se sitúa en lo que Peter Goldie (2013) llamó sentido narrativo del yo. Para Goldie el sentido narrativo del yo implica que cuando nos narramos tomamos una posición de distanciamiento como si el que narra fuera un personaje más de la historia, aunque este personaje sea el protagonista. Este distanciamiento irónico, en palabras de Goldie, es lo que nos permite dar sentido a lo que hacemos e identificarnos en las historias que nos contamos sobre lo que creemos que somos. Si la consideramos como moderada es porque, aunque apoya algunos de los fundamentos de la hipótesis de la identidad narrativa, esta visión no se compromete con su punto central fuerte.

Cabe enunciar brevemente la diferencia que hay entre el sentido narrativo del yo y la hipótesis de la Identidad narrativa (o identidad como narración). Durante el último cuarto del siglo xx, la propuesta de que el yo (self) es un ente inherentemente Narrativo tuvo una recepción positiva entre la filosofía de la identidad; Narrativo con N mayúscula ya que, siguiendo la explicación de Strawson (2004a), refiere a una cualidad psicológica específica o punto de vista, que consiste en «estar naturalmente dispuesto a experimentar o concebir la propia vida o la existencia en el tiempo, uno mismo, de una manera narrativa, como que tenga la forma de una historia, o un grupo de historias, y –de alguna manera –vivirla según esta noción» (2015, 2). En palabras de MacIntyre (1981): «La unidad del yo reside en la unidad de una narrativa que une el nacimiento, la vida y la muerte como narrativa de principio, mitad y fin».

Parece correcto afirmar que los seres humanos generamos constantemente narrativas sobre nuestro pasado, lo que nos sucede, o el porvenir. El problema surge cuando señalamos que esas narrativas son la esencia del ser humano. Es decir, según esta hipótesis de la identidad narrativa, somos sustancia-que-se-narra. La hipótesis de la identidad narrativa es polémica porque resulta difícil de defenderla hasta sus últimas consecuencias. ¿Por qué estas hipótesis del yo-narrativo son incapaces de identificar el núcleo de la yoidad? (Zahavi 2007); ¿Cabe preguntarse por la experiencia sin un centro que la organice? (Gallagher y Zahavi 2012); ¿La persona que carezca de capacidad de narrar (dysnarrativia) deja de ser persona? (Bruner 2002); ¿La continuidad psicológica no es ya una prueba de la persistencia del yo que no necesita ser narrada? (Shoemaker 2011); ¿No resulta demasiado demandante en términos cognitivos exigirle al yo que narre toda acción en cualquier circunstancia?, ¿no es esto trivializar la yoidad? (Strawson 2004a, 2004b).

Existen propuesta narrativista que están en contra de la idea de yo como inherentemente Narrativo. Es el caso del mencionado sentido narrativo del yo en Peter Goldie. Es cierto que ambas propuestas adoptan una perspectiva hermenéutica de la identidad: estamos constantemente auto-interpretarnos mediante los relatos que nos contamos. Además, estos relatos son una pieza clave en la construcción de la memoria autobiográfica (Sutton 1998) o en los procesos de auto-conocimiento reflexivo del yo (Campbell 1997; Goldie 2013; Schechtman 2011, inter alia). Lo que diferencia una posición como la de Goldie de la de alguien como MacIntyre es que este último solo considera que hay un yo mientras exista la Narrativa. Para nuestros propósitos, este debate es un tanto irrelevante: lo que aquí nos importa, para que podamos afirmar cosas como que “la justificación de victimario pretende contener al yo”, es que las narrativas son las que moldean aquello con lo que el sujeto que las enuncia se identifica cuando nos referimos a identidad personal.3 De esta forma, identificarse con una narrativa no implica que alguien sea sea esa narrativa, sino que mediante la narrativa ese alguien se reconoce. No es eso (la narrativa) soy yo, sino yo soy así puesto que me reconozco en lo que estoy contando. La narración como una herramienta para la autoreflexión.4

3. La Experiencia del daño

La Experiencia del daño es un proceso que parte de la experiencia subjetiva del veterano, pero que se acaba de formar mediante el uso de una estructura narrativa por la cual se elabora un relato. Este relato evalúa y describe un estado de cosas que le sucedieron a la persona que lo enuncia; los relatos de los veteranos sobre experiencia en la guerra que identificamos con la Experiencia del daño tienen características comunes, como son dar cuenta de las heridas morales, demuestra lucidez sobre el sufrimiento propio y ajeno, o cómo se perdió la confianza en el mundo. Así, la Experiencia del daño es una forma de relato específico con unas características que le diferencian de otros relatos que tanto el veterano como cualquier otro sujeto pueden elaborar. El veterano que elabora su Experiencia siguiendo la dirección de evasión construye narrativas sobre su paso por la guerra donde no se aprecian estas características. De ahí que digamos que ese veterano “evita la Experiencia del daño”.

Estamos usando repetidamente la palabra Experiencia con E mayúscula para dar a entender que se trata de una elaboración narrativa que va más allá de la descripción de la experiencia. La Experiencia, así, se compone fragmentos que parten del fenómeno que se está describiendo, como pueden ser qué pasó o qué sintió el sujeto afectado, a los que se incorporan elementos evaluativos. Estos elementos evaluativos proceden de diferentes habilidades cognitivas como la memoria, el razonamiento o las motivaciones, entre otras. Estas habilidades mentales (también llamadas “disposiciones”) influyen en cómo se evalúa una experiencia. La memoria, por ejemplo, no solo sirve para recordar el evento, sino que estructura el recuerdo de una manera determinada dotándola de un contenido evaluativo al destacar unos elementos del recuerdo sobre otros. Otro ejemplo relevante de habilidad mental (y que será importante para explicar la justificación del victimario) es el pensamiento contrafactual o hipotético. Mediante el pensamiento contrafactual se evalúa lo que pasó teniendo en cuenta lo que podría haber pasado. Es decir, para elaborar la Experiencia de lo que sucedió, utilizamos una habilidad del pensamiento que se establece como elemento destacado para dar sentido a la experiencia tanto lo ocurrido como lo que podría haber ocurrido (Byrne 2005). Utilizar lo que no ha ocurrido para dar sentido a lo que ha pasado, algo que puede sonar bastante extravagante pero se considera que es fundamental para elaborar nuestro autoconcepto, la construcción de los relatos con los que nos identificamos o la reconstrucción de la memoria autobiográfica (Sutton 2010; Byrne 2005; Epstude y Roese 2005; Autor 2016). El pensamiento contrafactual también se asocia con algunas emociones que serían impensables sino se estableciera desde lo ocurrido qué tal o cual evento se pudo haber dado de otra manera, dado el contexto en que sucedió. Dos ejemplos de este tipo de “emociones contrafactuales” son el resentimiento y el rencor (Epstude y Roese 2005), bastante habituales en la construcción tanto de la identidad personal como de lo que se suele llamar “identidad nacional” (Shievelbush 2003).

Las narrativas en las que se da cuenta de la Experiencia del daño se ajustan a las siguientes características. En estas narrativas el veterano:

(a) Da cuenta de sus heridas morales, esto es, transgresiones morales que realizó o presenció durante la guerra (Sherman 2011). La vergüenza o la culpa son algunos de sus signos.5

(b) Demuestra una lucidez que no poseía antes de la guerra sobre sí mismo y sobre la aprehensión del padecimiento propio y ajeno (Corbí 2010, 2012).

(c) Reconoce la pérdida de la confianza en el mundo que se manifiesta en su incapacidad para reincorporarse a las expectativas del mundo humano (Corbí 2012).

(d) Da cuenta de que aquello con lo que se identificaba antes de la guerra se quebró durante la guerra. Este sentimiento se hace presente al regresar al hogar.

Desarrollaremos (b) y (c) en el siguiente epígrafe. Sobre (d) son significativos los muchos testimonios recogidos por Svetlana Alexievich sobre la alienación que el veterano experimenta al volver al hogar: «Cuando regresé no podía ponerme mis pantalones y mis camisas anteriores a la guerra. Pertenecían a un extraño…su lugar había sido ocupado por otro con el mismo nombre y apellido» (Alexievich 1992, 38). Es un fenómeno común entre los relatos del veterano el sentimiento de sentirse fuera de lo que antes era su hogar, como si la persona que volvió de la guerra fuera alguien distinto que se hace pasar por la persona que se fue. También sucede que el veterano, una vez regresa al hogar, suele mostrar profundos problemas para separar el mundo de la guerra del mundo civil. Shay describe la experiencia diaria de un veterano que siempre dormía con un cuchillo debajo de la almohada, obligaba a su familia a cerrar todas las cortinas al anochecer, “vigilaba el perímetro” varias veces al día en busca de francotiradores y estuvo a punto de matar a un compañero de trabajo vietnamita al que “confundió” con un soldado enemigo (Shay 2002, 25-26).

Suele ser habitual que en la bibliografía relacionada tanto con los soldados en reserva como con los veteranos que testimonios, como los aquí expuestos de Alexievich o las entrevistas de Shay a sus pacientes, se clasifiquen dentro del fenómeno médico que conocemos como trastorno por estrés post-traumático (TEPT). Se considera que el padecer TEPT supone que se “dañó” el sistema del reflejo de “lucha o huye” que se suele asociar con el miedo. Así, una persona con TEPT percibe sentimientos asociados al miedo y activa una sensación de huida o enfrentamiento, incluso aunque la persona se encuentre en una situación exenta de peligro. Los síntomas habituales del TEPT pasan por volver a experimentar el trauma (pesadillas, pensamientos que producen terror, flashbacks), mecanismos de evasión (insensibilidad emocional, culpabilidad, depresión, pérdida de interés, problemas para recordar el evento traumático), e hiperexcitación (sobresaltos, tensión, estallidos de ira). Lo interesante del TEPT del soldado, que lo aleja de este síndrome en civiles, es que parece haber una relación entre el trauma y las heridas morales. Es decir, el TEPT aflora no solo porque el veterano vivió situaciones en la tuvo la sensación constante de estar en peligro de muerte, sino que también es habitual que aparezca este síndrome debido a la vergüenza por haber sobrevivido, por contemplar actos de suma barbarie o por haber participado en ellos. Situaciones en las que se sugiere la posibilidad de que el soldado puede ser considerado tanto víctima y como victimario en el contexto del conflicto bélico.

No todo el mundo que es diagnosticado con TEPT construye narrativas sobre su paso por la guerra con una dirección de aceptación. Sin embargo, sí que suele ser habitual que los soldados que rechazar el diagnostico del TEPT coincide con el perfil de veterano que toma la dirección de evasión, así como la justificación del victimario. Un caso mediático sobre este asunto lo protagonizó el veterano Chris Kyle, conocido por American Sniper: the Autobiography of the Most Lethal Sniper in U.S Military History, de la que también se realizó una película dirigida por Clint Eastwood (2014). Kyle fue diagnosticado con TEPT pero nunca se sometió a terapia. Prefería ser él quien ejerciese de coach para otros veteranos con TEPT mediante “tratamientos alternativos” a la terapia psicológica, como ir a disparar armas de fuego para liberar tensión. Kyle y su amigo Chad Littelfield, también veterano de la Guerra de Iraq, fueron asesinados por otro veterano con un severo TEPT, Eddy Ruth Ray, cuando iban a un campo de tiro.6 Leyendo la biografía de Kyle podemos encontrar numerosos ejemplos de lo que denominamos justificación del victimario.

Los profesionales que han tratado con veteranos consideran que existe otra diferencia adicional y fundamental entre el TEPT de un civil y el de un veterano. Los veteranos suelen manifestar en su discurso, de manera directa o indirecta, que se derrumbó su capacidad para la confianza social (Shay 2002, 4). En el trabajo de Nancy Sherman también podemos encontrar algún testimonio en ese sentido, solo que en este se subraya la indiferencia entre estar conectado o desconectado con la sociedad. El TEPT como estar emocionalmente muerto ante el resto del mundo.

«En el caso de Josh Manzt, la recuperación psicológica real solo comenzó después de que se diera cuenta de que está físicamente vivo pero emocionalmente muerto (…) Me dijo “es liberador actuar por encima de la vida o la muerte” (…) Pero la misma indiferencia a la vida y la muerte también es indiferencia a estar conectado con la sociedad.» (Sherman 2015, 11)

Sin demasiada dificultad se puede traducir lo que Shay o Sherman entienden por confianza social o conexión con la sociedad a lo que se conoce como perder la confianza en el mundo. Manzt, por cierto, fue incapaz de superar sus problemas psicológicos y puso fin a su vida.

En resumen, tener TEPT no es una condición suficiente para que un veterano se haga cargo de la Experiencia del daño. El TEPT es una condición psicológica con diversas y variadas causas, que expresa, entre otras cosas, un profundo trauma que debe ser restañado, acepte o no el veterano su condición de persona dañada. Sin embargo, consideramos que existen al menos dos conexiones entre la condición del TEPT y los veteranos de guerra que evitan o aceptan la Experiencia del daño: por una parte, las heridas morales acompañan al TEPT, motivo por el que algunos de los esfuerzos de los terapeutas que tratan este tipo de condiciones se dirigen a que los veteranos sean capaces de verbalizar el problema mediante un relato elaborado que de cuenta de estas heridas morales. Por otro lado, el TEPT del veterano deja en evidencia que éste ha perdido la confianza en el mundo. La diferencia entre el veterano que acepta estas dos cuestiones y el que no, es que el primero es capaz de elaborar un relato en donde de cuenta de estas heridas morales, de su condición de persona escindida entre el yo de pre-guerra y el de post-guerra y reconocerá que las expectativas del mundo humano son una ilusión. El soldado que toma la dirección de evasión, en cambio, suele justificar las acciones durante la guerra bajo la premisa de proteger la continuidad identitaria del yo de pre-guerra y post-guerra, e intenta mantener intacta la confianza en el mundo, pese a que como victimario sabe que en la guerra las expectativas del mundo humano son una ilusión. En otras palabras, este tipo de veterano no elabora relatos en los que de cuenta de la Experiencia del daño.

4. Las expectativas del mundo humano

Los veteranos saben cosas sobre la guerra que los que no han estado solo pueden imaginar (Corbí 2010). Cuando el veterano vuelve a casa se trae la guerra, tanto como estado mental como conocimiento experiencial. De alguna manera, lo que sabe el veterano tiene el potencial de invadir el imaginario que la sociedad civil mantiene sobre la guerra. Mientras permanezca en el espacio de la imaginación, el mundo civil queda aislado de lo que implica el horror de la guerra. Para utilizar un término más específico, habría que decir que los veteranos tienen conocimiento experiencial sobre la guerra, mientras que los civiles carecen de ese acceso epistémico directo pues nunca han estado en un combate.7 Al mantener a la guerra en la frontera de la imaginación, la sociedad civil puede seguir manteniendo ciertas expectativas sobre el mundo humano. Pero, ¿cuáles son estas expectativas?8

(E1) Nadie me dañará.

(E2) En caso de que alguien me dañe otra persona me ayudará.

Los fundamentos ocultos de estas dos expectativas residen en que el daño no se produce de manera indiscriminada, sino que en cualquier situación en la que se produce daño siempre hay una razón detrás, por muy perversa o instrumental que sea ésta. Confiamos en que no vamos a ser dañados, pero tampoco somos ingenuos: las personas dañan a otras personas. Por tanto, aunque no deseamos (E1) y vivimos con la esperanza de que esa expectativa se cumpla, sabemos que se nos puede dañar. Sin embargo, mantenemos una férrea confianza en (E2). La pérdida de confianza en el mundo sucede cuando se descubre (E2) como infundada (Corbí, 2012). Supone esto asumir, por una lado, que la violencia indiscriminada y sin justificación sucede y, por otro lado, que la víctima del daño puede quedar en una situación total de desamparo y nadie irá a socorrerla. La sociedad civil mantiene (E2) a toda costa y, en cierto modo, es razonable que así sea: solo en circunstancias extremas (cuando, por ejemplo, se culpabiliza a una persona que ha sido agredida sexualmente o encontramos un caso de un niño que ha sido encerrado en una habitación desde su nacimiento) tendemos a pensar que algo no funciona en esa expectativa. Sin embargo, las consideramos situaciones de desamparo extremo, aunque suceden de manera más habitual de lo que queremos reconocer, y seguimos manteniendo que (E2) se cumple, porque, tarde o temprano, alguien socorrerá a la persona dañada. Sin embargo, el veterano descubre pronto que en la guerra (E2) es una ilusión.

Antes de partir a la guerra, el soldado mantiene la confianza en el mundo porque cree que (E1) y (E2) se van a cumplir. Demuestra esto que el soldado que entra por primera vez en combate sea incapaz, en un principio, de vivir la guerra como real. Describen lo que sucede como «imaginario», «fantástico» o «un sueño» (Corbí 2010; Alexievich 1992; Shay 2002). Es la primera fractura entre la realidad de la guerra y las expectativas del mundo humano. El conocimiento de primera mano cambia las perspectivas imaginarias sobre la guerra, situación que produce una mella considerable en la autopercepción y el conocimiento sobre el mundo: «La identidad del sujeto está tan anclada a las expectativas del mundo del hogar que solo transformando su identidad puede percibir como real una situación en el que tales expectativas se truncan» (Corbí 2010, 186). Ahora el soldado sabe que otros seres le pueden dañar aunque no lo quiera, y que nadie vendrá en su ayuda en caso de que esto suceda (Corbí 2010, 188).

Solo cuando el soldado regresa al hogar puede comprender cuán lejos están las expectativas del mundo humano de lo que sucede en combate. Se siente desubicado y es incapaz de relacionarse satisfactoriamente con otras personas que desconocen el horror de la guerra (Alexievich 1992). Se percibe incomprendido y abandonado a su suerte (Sherman 2015). Desde la perspectiva del veterano, las personas que desconocen la guerra mantienen la ilusión colectiva de las expectativas del mundo.

Según Corbí (2012) la ilusión de las expectativas del mundo humano se sostiene en lo que llama “naturaleza tripartita del daño”: víctima, victimario y terceros agentes (Corbí 2010). Mientras que la relación entre víctima y el victimario se considera bi-lateral (uno produce daño, el otro lo recibe) ambos establecen una conexión con la realidad mediante los terceros agentes. Estos terceros agentes son un constructo mental de lo que se espera de la sociedad. El victimario considera que el daño que produce está justificado en tanto que los terceros agentes actuarán para consolar a la víctima y, a la vez, apoyarán sus actos en tanto que están orientados a proteger las expectativas del mundo de la realidad de la guerra. De esta manera, además, el victimario puede verse a sí mismo como alguien que no ejerce la violencia de manera aleatoria o sin justificación, sino que esta tiene un propósito. Puede sentirse disgustado por lo que hizo pero también reconfortado con la idea de que lo que pasó fue necesario para mantener la seguridad del hogar. Sin embargo, la experiencia de la víctima suele ser bien distinta y los terceros agentes, esos que se supone que llegarán para consolar y ayudar al dañado, acaban por no presentarse.

Asegura Corbí que la relación entre víctima y victimario es bi-lateral, pero consideramos que habría mejor que decir que es asimétrica. Al afirmar que es bi-lateral parece que se asegura que cada parte debe cumplir su cometido, ejercer daño vs. recibir daño, y mientras esto suceda, todo está en su sitio. Es más correcto decir que es asimétrica porque a una de las partes, la víctima, se le impide devolver el daño. Según Jean Améry, el no poder devolver el daño es la pieza clave para comprender por qué se pierde la confianza en el mundo: la víctima es la que está en un estado de indefensión y se le niega la posibilidad de enfrentar al agresor en igualdad de condiciones. Claro que Améry se refiere a un caso muy concreto de relación entre víctima y victimario, que es la que se da en la tortura en un contexto entre una víctima civil y un victimario que pertenece a la maquinaria de un estado fascista, sea este victimario soldado o funcionario, aunque los hechos que describe sucedieron durante la guerra.9 El ejemplo se puede extrapolar a otras relaciones de poder asimétrico en el que la víctima se encuentra desamparada y se le ha desarticulado para que no pueda devolver el daño.

Una de las consecuencias no demasiado exploradas en esta relación asimétrica que impide que la víctima devuelva el golpe es, precisamente, que compartimenta conceptualmente dónde está cada una de las dos partes. Si la víctima no puede devolver el golpe nunca podrá convertirse en victimario. Es decir, se elimina la posibilidad de confundir quién está en el lugar que debería estar dentro de esta relación de poder. De ahí que la figura del soldado sea problemática cuando se le sitúa como víctima pues, por lo general, tiene la oportunidad de devolver el golpe. ¿Son los soldados víctimas y victimarios? ¿Tiene sentido aplicar estas categorías durante la guerra?

Existe cierta resistencia a pensar a los soldados bajo la categoría de víctima o victimario, algo que choca frontalmente con los relatos de sentido narrativo del yo que los veteranos cuentan en sus testimonios: el veterano sí que se siente como víctima, victimario o incluso ambas al mismo tiempo. Detrás de esta resistencia puede estar la intuición de que la guerra es un contexto en el que ciertos comportamientos, que en la sociedad civil estarían castigados desde un punto de vista legal o moral, tienen carta blanca. El caso más evidente es el “derecho” de un soldado a matar a otro soldado. Solo se considera que un combatiente merece algún tipo de castigo cuando se salta alguna de las normas implícitas o explícitas del conflicto. Matar sin motivo a un civil podría ser considera un delito pues el civil está en la zona de combate pero no es un combatiente. En este sentido, los soldados no son victimarios ni victimas, sino buenos o malos soldados, como los panaderos son buenos o malos panaderos en tanto en cuanto cumplan bien o mal su cometido. Si se prefiere, los soldados son “cumplidores” o “no cumplidores” con la ley.

En la guerra moderna cada vez se especifican con mayor detalle qué puede hacer un soldado durante su servicio. Las LOAC (Laws of Armed Conflict) son, en ese sentido, la “autoridad legítima” que permite diferenciar entre el “soldado cumplidor” y el “soldado que no cumple”. La LOAC «ofrecen a los combatientes una mejor oportunidad de cumplir con estos deberes que depender directamente de intuiciones morales y del juicio caso por caso» (Finlay 2009, 579). Las LOAC marcan el camino de los derechos del soldado: mientras cumpla la norma está haciendo lo correcto. Es decir, una LOAC es el marco moral de referencia durante el combate. Sin embargo, parece que son los propios soldados los que no acaban de sentirse satisfechos con el “cumplimiento del deber” durante su servicio pese a seguir las LOAC. Esto se debe, entre otras cosas, a que las LOAC no dicen nada sobre lo justa o injusta que es la guerra en la que el soldado participa, pues evita esa cuestión: establecen una secuencia de reglas para el enfrentamiento en las que el soldado sepa que hace lo correcto durante el combate, incluso aunque este combate sea resultado de una guerra injusta. Por lo tanto, no es de extrañar que muchos soldados se consideren a sí mismos como victimas y victimarios: víctimas por haberse visto envueltos en una contienda injusta y victimarios por ser los brazos ejecutores de las órdenes injustas (Finlay 2009).

También es un hecho que el discurso sobre la “guerra justa” ha sido sustituido por el de “apoyar a las tropas”, o al menos así ha sido en la cultura norteamericana desde la guerra de Vietnam. Durante este conflicto, el presidente Lyndon B. Johnson, asediado por las críticas, decidió dar un giro a la perspectiva del conflicto, y en lugar de presentarla como “la defensa de occidente contra el comunismo” (discurso que quedó solo para los soldados), pensó que debía situarse en el centro de la opinión pública el apoyo a los soldados (Stahl 2009). Este discurso sirve de escudo para evitar el debate sobre si la guerra es justa o injusta. Si la sociedad civil protesta contra la guerra lo que está haciendo es criticar a los soldados. Este fenómeno fue perfeccionándose hasta las guerras post 11 de septiembre en donde «los nuevos héroes de esta guerra fueron los «equipos de respuesta a emergencias» que tomaron la forma de bomberos, especialistas en seguridad nacional y fuerzas policiales de despliegue rápido» (Stahl 2009). Los soldados no van a pelear y a matar, van a “ayudar” en esta nueva retórica donde la guerra ya no es justa o injusta, sino un servicio necesario como el apagar un incendio o detener una reyerta en plena calle. El soldado se considera a sí mismo víctima de los insurgentes porque no entiende cómo puede ser que aquellos a los que está “ayudando” les nieguen la ayuda.

«Su rabia la dirigieron a los iraquís. (Los soldados) odiaban a los iraquís… la propaganda de la administración Bush decía que les estábamos llevando la democracia. Les estábamos llevando la libertad. Estaban enfadados porque habían dejado sus casas y sus familias para ir a este infierno dejado de la mano de Dios. Y ellos, ¿nos atacan?¿Tratáis de matarnos cuando estamos aquí para ayudar? Así que había mucho desprecio y odio hacia los iraquís» (Soldado Jason en Flores 2016, 203).

Se puede apreciar que este discurso suele justificar al soldado una falsa sensación de víctima. Desde luego, en la mayor parte de los casos no están en una posición asimétrica como el que es torturado y no puede devolver el golpe.

Hay otras razones por las que podemos considerar que un soldado puede ser víctima y victimario. Siguiendo esta lógica de “no poder devolver el golpe” de Améry, encontramos en la tortura el ejemplo de manual sobre qué es ser victima y victimario. Para Améry, ejercer el daño en la tortura tiene un carácter burocrático, desapasionado; un torturador que trabaja para la policía de un estado suele estar siempre en la posición del victimario, con lo que su tarea se convierte en algo burocrático, profesional, con un sentido y una finalidad que se presenta significativa para la persona que la ejerce. Un soldado bajo tortura no puede devolver el golpe, por lo que se sitúa en la posición de víctima, mientras que otro soldado es el que ejerce el daño. La diferencia sustancial con el torturador militar es que ve en el otro militar torturado a un igual, incuso aunque desprecie considerablemente a su enemigo. No es difícil asumir por parte del torturado en una situación así que las posiciones son potencialmente intercambiables. El soldado sabe que en cualquier momento puede estar en la posición de víctima.10 Cárceles como Abu Ghraid durante la segunda Guerra del golfo, han sido un lugar para que muchos soldados demostraran su capacidad de autoentendimiento, asumir que las torturas y abusos que se estaban dando en esa cárcel les situaba en una posición de victimarios. ¿Sus relatos de su paso por la guerra les llevarán a la justificación como victimarios o a asumir las contradicciones entre el yo de pre-guerra al yo de post-guerra? 11

5. Contención del yo y proteger las expectativas del mundo

Señalamos que las dos características de la justificación del victimario se dirigen a (i) contener el yo (podríamos decir también “proteger el yo”) y (ii) proteger las expectativas sobre el mundo humano. Sobre (i) hemos apuntado en qué sentido el veterano trata de contener su sentido narrativo del yo, asumiendo que el núcleo de la identidad de pre-guerra es sustancialmente la misma que la persona post-guerra. El veterano viene a señalar que aunque en algún momento haya trasgredido alguna imposición identitaria autoimpuesta (como algún valor que consideraba inquebrantable) puede encontrar una justificación externa para esa trasgresión, sea el “cumplimiento del deber” o “proteger el hogar de las consecuencias de la guerra” como las razones que en mayor medida se suelen utilizar. Dicho esto, llama la atención que en veteranos de diferentes países y épocas utilicen expresiones parecidas para referirse a la contención del yo. Se construyen las narrativas de contención del yo alrededor de la idea del cuerpo del veterano es como una presa que contiene su interior. La diferencia entre el sentido literal y metafórico es confuso. Es literal en tanto que el entrenamiento militar trata de convertir el cuerpo en una coraza estoica (Sherman 2005); es figurada en tanto que el soldado se identifica en la retórica de su narración con una presa que impida que penetre lo de fuera o que se desborde su interior (Theweleit 1987; Littel 2008). Como señalábamos, en la mayor parte de estos relatos, se considera que la guerra te cambia siempre, solo que en los relatos que evitan la Experiencia del daño tratan de demostrar que su sentido narrativo del yo se mantuvo inalterado y contenido gracias a esa coraza medio real, medio figurada.

La idea del cuerpo como una presa (o como algo duro, coraza, concha protectora, armadura, etc.) puede ser consecuencia del entrenamiento militar, fuertemente influenciado por la forma de vida de privación, auto-control e imperturbabilidad de la filosofía estoica (Sherman 2005, 2012, 2015). Al menos, la idea popular que se tiene del estoicismo romano. El hecho de que en sus relatos se repita la idea de que «el ejército les entrenó para todas las contingencias de la guerra excepto la de regresar a casa» demuestra que el entrenamiento militar nunca tiene en cuenta la vuelta al mundo de la vida civil. De algún modo está pronosticando que el soldado permanecerá siendo soldado toda su vida, no importa dónde esté.

Jim Shelby, un veterano de Vietnam tratado por Jonathan Shay, da testimonio de la incapacidad de adaptarse a la vida civil, y señala al entrenamiento militar como la razón: «ojalá que hubiese sido desentrenado después…reintegrado y reincorporado. Mi arrepentimiento malgasta mi productividad siendo un lobo solitario» (Shay 2002, 1). En otro lugar, encontramos al Capitán Joseph Mantz, también combatiente en la guerra de Vietnam: «Al Capitán Mantz del ejercito estadounidense le mataron las heridas morales que trajo de la guerra años después de volver: no comprendía quién o qué le sucedía y la sociedad nunca supo hacerse cargo de su problema hasta llevarle a un punto de no retorno» (Sherman 2012, 11-12).

El entrenamiento militar de corte estoico tiene una función más sutil: evitar que el soldado traicione a la patria o revele información sensible en el caso de que se convierta en prisionero y se le torture. Es decir, que el soldado se rompa, se quiebre, que lo exterior pueda penetrar en el interior. El estoicismo orientado al militarismo pretende que el soldado no se quiebre, pero acaba por ser incompatible e insuficiente para una correcta integración del veterano en el mundo civil (Sherman 2015). Si el entrenamiento también se orienta a preservar al soldado para que no se quiebre en momentos oscuros, como cuando está siendo torturado, ¿negar el daño producido (o que les produjeron) evita las consecuencias de percibirse como alguien que no supo mantenerse estable y adherido a sus convicciones más profundas? Si el veterano quiere seguir sintiéndose igual a esa persona que recuerda de la pre-guerra y evitar hacerse cargo del daño producido o recibido, debe crear la ficción de que lo que le ha sucedido durante la guerra resbaló por la coraza de la identidad en la que ha sido instruido.

¿Qué sucede con las expectativas sobre el mundo humanos que tiene la sociedad civil? Ya dijimos que el veterano sabe que estas expectativas son una ilusión. Lo que sucede con la justificación del victimario es que se pretende mantener esta ilusión pese a que el veterano es consciente de que no se corresponden con la realidad. El veterano justifica sus actos como victimario sobre la idea de que es mejor mantener esa ilusión pues así se protege el mundo del hogar. Pero antes de llegar a esa defensa enconada de las expectativas del mundo, el veterano que evita hacerse cargo de la Experiencia del daño tiende a pensarse como una de las fuerzas decisivas que estaban operando en la corriente de la historia universal. Un caso muy significativo es el de los Freikorps, grupo paramilitares de veteranos de la I Guerra Mundial, que después del armisticio continuaron en estado de guerra al margen de la ley. La mayor parte de estos paramilitares fundaron poco después Partido Nacionalsocialista (Theweleit, 1987). Los Freikorps creían que Alemania pudo ganar la I Guerra Mundial. Tenían un relato bien formado al respecto: habrían ganado si hubiesen evitado las decisiones del Estado y del alto mando militar; además, consideraban que fueron traicionados por estos estamentos (Schivelbush 2003). Este “sentirse traicionados” por el estado o por sus superiores es un sentimiento bastante común entre veteranos (Shay 2010). Los Freikorps consideraron que si se les hubiera dejado llevar la guerra a su manera Alemania habría vencido. Así, la República de Weimar es una pesadilla producto de malas decisiones, traiciones diversas y, consecuentemente, la causa de la derrota. Según sus hipótesis, de haber ganado la guerra, los alemanes hubieran vivido en la utopía militarista del Imperio Alemán. Pese a la enemistad manifiesta entre la Republica de Weimar y los Freikorps, la primera pidió ayuda a estos protonazis que sofocasen el levantamiento espartaquista. En algunos de sus relatos sobre su lucha por aplastar los revolucionarios se puede leer cómo justificaban su actos desde un punto de vista contrafactual evitando así una amenaza para la humanidad: Rosa Luxemburgo, líder espartaquista,«…es el diablo… puede destruir el Imperio Alemán sin que nadie la toque; no existe poder en el Imperio capaz de oponerse a ella» (Theweleit 1987, I, 76).

El relato contrafactual, como el expuesto, suele acompañar a la dirección de evasión de los veteranos que pretenden proteger las expectativas del mundo. Señalamos antes que a la hora de elaborar la Experiencia una de las disposiciones utilizadas era el pensamiento contrafactual. Consideramos que esta habilidad opera en gran medida en la justificación del victimario, pues plantea una hipótesis robusta a la que el veterano se puede agarrar para justificar sus actos durante la guerra: de no haber intervenido el mundo hubiera sido mucho peor de lo que es. Lo que hace el veterano es establecer cómo podría haber sido el mundo de no haber intervenido. Los mencionados Freikorps justifican sus actos tanto para que Alemania se ajustera a la idea que tenían de la patria como por aquello que no les dejaron hacer y que hubiese transformado el país en un lugar mejor. También encontramos el relato contrario, un mundo que es evaluativamente peor porque no se puedo intervenir. Por ejemplo, León Degrelle, rexista belga, nazilófilo y combatiente en el bando del Eje en la Segunda Guerra Mundial, anotaba en su diario una historia contrafactual:

«El Reich perdió la guerra. Pero pudo haber sido perfectamente posible que la hubiese ganado. La victoria de Hitler fue posible incluso en el 1945. Tengo la seguridad de que si Hitler hubiera ganado haría reconocido nuestro pueblo su derecho a vivir y a ser grandes» (Littell 2009, 21-23).

Consideramos que lo que el pensamiento contrafactual muestra es la importancia que los veteranos se dan a sí mismos en el devenir de los acontecimientos históricos. En otras palabras, proyectan su identidad como bastión que se interpone entre el caos y la civilización. Es la justificación del victimario protegiendo el mundo. De esta manera, alistarse para un tour en Iraq tiene como fin impedir que los salvajes pongan en peligro el modo de vida americano; continuar la I Guerra Mundial tras la derrota alemana pretende impedir que el comunismo se expanda por Europa; la tortura de civiles tiene como fin obtener información que salve las vidas de los compatriotas, etc.

«En la sala de espera o donde sea que deba dar cuenta de mis pecados ante Dios, no creo que entre éstos vayan a estar las muertes que produje en la guerra. Todos a los que disparé eran malvados. Tuve una buena razón para cada disparo. Todos merecían morir… No me arrepiento. Lo volvería a hacer… Me preguntan mucho, ¿te preocupa haber matado a tanta gente en Iraq? Les digo, “no”. Y lo digo en serio. La primera vez que disparas a alguien te pones un poco nervioso. Piensas… ¿Está bien eso? Pero después de que matas a tu enemigo ves que eso está bien… Y lo haces otras vez, y otra vez. Lo haces hasta que el enemigo no pueda matarte a ti o a tus compatriotas… Así es la guerra» (Chris Kyle 2011, 490-491).

El veterano se siente justificado porque siempre hay un bien mayor detrás. Las reglas del enfrentamiento, como las LOAC, solo incrementan su sensación de que sus actos son justos porque se ciñen a unos valores fijados por su estado o por organismos internacionales, pero que poco o nada dicen sobre si el conflicto es moralmente aceptable. Sin embargo, tampoco es extraño encontrar discursos de decepción generalizada entre los veteranos sobre qué actitud tenían durante la pre-guerra y lo que encontraron durante la guerra.

«Estaba nervioso y entusiasmado. Sabía que iba a ir a la guerra, me alisté para ir a la guerra, pero nos llevó tiempo porque no fuimos hasta Afganistán… me preocupó que no quedara mucho cuando llegásemos. Entonces fuimos a Iraq… Por fin teníamos órdenes y estaba en el animo de “voy a matar a alguien”… Entonces vimos lo que estábamos haciendo y fue como “a la mierda, esto va sobre el petróleo”. Prefiero irme a casa y llevar una bicicleta que lidiar con esta mierda. Fue un sentimiento muy común (entre los soldados)… y luego estaba ese General. Le recuerdo diciendo: “tenemos que traer artillería para que podamos quitarnos de en medio de esos mercaderes”… Es muy jodido porque la mayor parte de estos eran niños que querían vender gaseosa y otras cosas» (relatos de soldados Henry, Jason y Paige en Flores 2016, pp. 202, 203, 205).

En esta mezcla de relatos de diferentes soldados se pudiera dar a entender que detrás hay un discurso antibelicista en el que el veterano comprendió su condición de victimario, pero no es así. En efecto, estos testimonios se recogieron entre veteranos que pasaron de esta a favor a en contra de la guerra en Iraq, pero no lo están haciendo porque crean que los ideales que les impulsaron a ir a la guerra eran poco adecuados, sino por cómo se gestionó la guerra. «Lejos de simplemente rechazar los discursos dominantes que destacan la libertad y la democracia, los veteranos vuelven a desplegar la retórica que alguna vez justificó sus puntos de vista a favor de la guerra, de tal modo que puedan reclamar sus identidades como soldados que cumplen con sus obligaciones morales» (Flores 2016, 209).

El veterano quiere recuperar en su discurso justificador de sus actos como aquellos que sirvieron para contener su yo y para proteger las expectativas del mundo, y no para hacer ganar dinero a Donald Rumsfeld. Los valores a los que se aferran como nucleares en su identidad se mantienen estables.

Ante la pregunta a una de las militares encargadas de torturar en Abu Ghraid «¿por qué se hizo una foto en donde se la veía sonreía y levantaba un pulgar en señal de “ok” al lado del cadáver de iraquí asesinado durante un interrogatorio?» esta contesta: «tal vez ahora no lo haría, pero, es que así soy yo, es lo que hago siempre cuando me tiran una foto… sonrío y levanto el pulgar» (Ghost of Abu Ghraid, 2007). Littlel (2008) se preguntaba por qué todos los soldados fascistas y protofascistas, los “soldados-macho” siempre sonríen en las fotos, con independencia del contexto de la instantánea. Esa veterana de Abu Ghraid, bajo su perspectiva, nunca cambio su identidad: sometía a torturas y humillaciones diarias a los prisioneros del black site estadounidense, donde no se aplicaba la Convención de Ginebra por decreto, pero nunca consideró estar haciendo algo incorrecto porque ella cumplía órdenes y por tanto, ¿por qué actuar de una manera diferente?

Desde perspectivas como esta la guerra, siempre que respete las condiciones iniciales por las que el soldado se alista, será una guerra justa. Es justa porque por muy despreciables que sean los actos que el veterano cometió durante su servicio, se orientaba a proteger el mundo del mismo horror que estaban produciendo. Las dos últimas guerras del Golfo nos trajeron un magnífico ejemplo sobre cómo “llevar la democracia” a otros países incumpliendo todos los principios de la democracia. El veterano que no asume los cambios producidos por esas trasgresiones morales, por las heridas que porta, está protegiendo las expectativas que el mundo humano tiene sobre la guerra. En la guerra, la posición del civil, se mata y se muere, ocurren cosas injustas, se ven atrocidades, pero se cree que siempre que se te dañe, tarde o temprano acudirá alguien en tu auxilio. Algo que todo soldado sabe que es una ilusión.

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Notas al final

1. Otros estudios sobre el comportamiento del soldado antes y después de haber participado en un conflicto bélico fuera de su país también han señalado que existen diferentes tipos de narrativas que los veteranos elaboran para dar sentido a su experiencia durante la guerra. Flores (2016), por ejemplo, diferencia entre “narrativas del despertar” (awakening narratives) y “narrativas de continuidad” (continuity narratives); ambos tipos de narrativa cumplen la función de «reclamar al soldado su identidad moral». Existen bastante similitudes entre los dos tipos de dirección narrativa de Flores y las que aquí presentamos.

2. Corbi (2010), siguiendo a Améry, considera más adecuado el uso de la expresión “verdugo” que “victimario” cuando se habla de la relación tripartita entre víctima-verdugo-terceros agentes. Aunque ambas expresiones, “victimario” y “verdugo” podrían ser intercambiables en este texto, hemos preferido utilizar la expresión “victimario”, pues pudiera ser que el uso de “verdugo” produzca mayor confusión a la hora de seguir las propuestas de este texto, tal y como algunas revisiones nos han dejado entrever.

3. Ni nos comprometemos con la idea de yo Narrativo ni creemos que el debate aporte gran cosa a lo que presentamos. Si lo hemos introducido aquí es por dos motivos: poner sobre la mesa qué concepto de identidad estamos manejando y aclarar ciertas dudas que han surgido al respecto después de los comentarios que hemos recibido por parte de algunos revisores.

4. Alguien puede sugerir que la persona que se cuenta algo sobre sí mismo puede caer en un error monumental y se reconozca en algo que sea falso. Aunque esto es posible (de hecho, ocurre constantemente) resulta irrelevante para lo que tratamos de contar aquí. Lo importante para el sentido narrativo del yo es cómo se elaboran narrativas para explicarse, no tanto que estas sean verdaderas o falsas desde un punto de vista objetivo. El autoengaño o estar confundido puede generar problemas profundos en los mecanismos de (auto)reconocimiento, por supuesto, pero, para lo que aquí tratamos, es más importante lo que uno cree reconocer de sí en su reelaboración de la experiencia a que esos enunciados sean verdaderos.

5. De manera más amplia, las heridas morales son «…serios conflictos que surgen desde aquello que uno considera que son graves trasgresiones morales... El sentido de trasgresión puede surgir desde trasgresiones cometidas u omitidas (reales o aparentes) perpetradas por uno mismo o por otros, o por ser testigo del intenso sufrimiento humano… un sentido generalizado de caer por debajo de los estándares morales y normativos dignos de las buenas personas y los buenos soldados» (Sherman 2015, 8). Se especula que estas heridas morales se somatizan en sentimientos y emociones dispares como la vergüenza del superviviente, el remordimiento por traicionar a tú país cuando se confiesa bajo tortura, la culpa por la atrocidad cometida, etc. (Shay 2002).

6. http://www.newyorker.com/magazine/2013/06/03/in-the-crosshairs

7. En este texto estamos señalando constantemente al soldado que parte lejos de su país de origen a combatir, por lo que la sociedad civil queda aislada del conflicto. Por supuesto, un civil tiene un conocimiento experiencial de la guerra en el momento en el que el combate aparece a las puertas de su casa, las bombas empiezan a caer o deben huir de sus hogares para evitar se asesinados. Mientras esto no suceda, el civil posee un conocimiento de la guerra que es proposicional, esto es, sabe cosas como que “en la guerra se muere”, que tiene el mismo valor epistémico que decir que “Río de Janeiro está en Brasil” o que “El agua es H2O”.

8. Se trata de una reformulación de Corbí (2012) sobre las palabras de Jean Améry (2013). Améry considera que las expectativas son: (E1) Uno espera que nadie toque su piel si no lo desea y (E2) otros acudirán en su ayuda si la primera expectativa se trunca o si se encuentra en estado de necesidad.

9. Améry participó en la Resistencia antifascista durante la II Guerra Mundial, pero nunca fue un militar propiamente dicho. Nunca vistió uniforme alguno o estuvo bajo el mando de una jerarquía militar. Su condición de resistente ante el poder nazi tuvo que ver más con la difusión de propaganda política (y tal vez algún golpe de mano) que con el enfrentamiento militar directo. Por esta razón, cuando fue apresado y torturado por el régimen nazi, su condición no fue la de un combatiente, sino la de un preso político que pertenece a lo que ahora llamaríamos “insurgencia”. De ahí que su trabajo en Más allá de la culpa y de la expiación, cuando nos habla de la tortura, pueda ser entendido no solo como el abuso de poder del régimen nazi sino de cualquier sistema político que privilegie al torturador. Para Améry, está al mismo nivel el nazi que tortura y el policía que golpea impunemente dentro de un régimen democrático.

10. Tanto en Améry como en otros textos que abordan el problema del daño en situaciones como la tortura, se resalta la idea del abismo fenomenológico que separa el concepto de victima del de victimario: la víctima es un cuerpo que sufre al que se le escapa cualquier capacidad para ordenar un discurso coherente que vaya más allá del fenómeno del dolor (Scarry 1987); el victimario, por el contrario, suele aparece siempre exento de análisis psicológico que sea más fino que asegurar su falta de empatía o considerarlo como mero vehículo para ejercer el daño. Sin desmerecer estas perspectivas, creemos que debe existir un discurso que justifique al victimario lo que está haciendo diferente a “ejerzo el daño porque puedo”, por muy disparatada que sea la justificación, o que sea un discurso sin matices y poco elaborado, como el de que, en un contexto de guerra, se asume que el soldado que no ejerce daño está comprometiendo el mundo del hogar y lo pone en peligro.

11. Ghost of Abu Ghraid (Rory Kennedy 2007) es un magnifico documental en el que podemos observar en funcionamiento la justificación del victimario. Excepto alguno, la mayor parte de los veteranos se consideran víctimas de la situación y del sistema. No se aprecia en los testimonio de estos veteranos, que ejercieron como policía militar en la cárcel de Abu Ghraid, ni arrepentimiento ni sentimiento de responsabilidad ante lo que allí ocurrió.