Nunca me abandones: ficción distópica para los seres humanos; realidad actual para los otros animales

Ana Cristina Ramírez Barreto

Universidad Michoacana de
San Nicolás de Hidalgo

ana.cristina.ramirez@umich.mx

“Una novela de Ishiguro nunca es sobre lo que pretende ser, y Nunca me abandones es fiel a la forma (...) Este es un libro brillantemente ejecutado por un maestro artesano que ha elegido un tema difícil: nosotrs1 misms, vists a través de un espejo, siniestramente” (Margaret Atwood 2005).

1. Introducción. La distopía en tu cabeza

La novela Nunca me abandones (Kazuo Ishiguro 2005) frecuentemente se categoriza como distopía2 en todos los campos que he detectado: ciencia política (Agra 2015, Fraser 2012, Peña 2020), bioética (Abrams 2016, Bowyer 2014, Casado 2018, Garland-Thompson 2017, Gómez 2011), literatura y ciencia ficción (Atwood 2005). Así también la consideraron ls estudiantes a quienes les pedí que vieran y comentaran la versión en película dirigida por Mark Romanek (2010) como parte del curso de Epistemología de la cultura, en la maestría en Filosofía de la cultura que se ofrece en mi universidad. Es posible que quienes la han visto sin conmoverse ni indignarse tampoco hayan comentado nada por escrito; por eso lo de que es una distopía es mainstream absoluto. Acaso quien deja más entreabierta la ventana para otra perspectiva sea Renata Pires de Sousa, que se permite pensar que puede ser una utopía, si se está en la posición privilegiada de esta estructura social que utiliza a unas personas como medios para lograr el sumo fin de otras personas: vivir saludablemente con disponibilidad de órganos vitales para transplante y sin rechazo, pues provienen de sus clones.

En general, esta novela impacta al punto de que un colega dijera a Robert C. Abrams: “Nunca me abandones es la novela más triste que se ha escrito jamás” (2016:45). O, como señala Nancy Fraser:

Nunca me abandones es una obra llena de fuerza que me dejó abrumada de tristeza la primera vez que la leí. En realidad, fue mucho más que eso; cuando terminé el libro sollozaba incontroladamente (...) es una reflexión sobre la justicia, la descripción lacerante de un mundo injusto y del profundo sufrimiento que inflige a sus habitantes” (2012:193).

Lo extraño es que tal “mundo injusto” y su “profundo sufrimiento” no existen en la novela. No son en absoluto visibles ni son narrados así en el relato de Ishiguro ni en la película de Romanek. Ahí nadie padece hondamente por nada. Físicamente no hay nada más violento que una cachetada accidental que un niño emberrinchado, Tommy, le pega a la niña que se acerca a serenarlo –Kathy. No hay un tirano que espíe la vida íntima de ls pobladores ni calabozos ni torturas para obtener confesiones y ejecutar disidentes en la plaza pública. Nadie huye ante nubes tóxicas, la caída de bombas o del exterminio genocida. Tampoco padecen por hambre o enfermedades atroces ni tienen que comerse a los humanos muertos en galletas verdes. Pero sufre moralmente quien lee la novela o ve la película y entiende que hay una indignante injusticia estructural no vista cabalmente por quienes habitan ahí, en esa ficción tan estremecedoramente real.

La injusticia consiste en que nosotrs vemos que no es verdad que exista una diferencia ontológica entre los seres humanos normales y sus clones, traídos estos al mundo para “donar” órganos vitales a los primeros y que así mantengan una vida larga y saludable mientras puedan, a costa de la corta y relativamente sufriente vida de sus clones. Para quienes consumimos esa historia, ls originales (o “posibles” como son llamados ingenuamente por los infantes clones) realmente no tienen una cualidad distinta que les haría diferentes y “superiores” a los seres humanos por clonación, no tienen por qué merecer que otros nazcan y vivan como medios para su propio bienestar.

Fraser señala que la justicia no protege a los clones, bajo el supuesto “estatus ontológico de los originales como esencialmente diferente” pero compartiendo, paradójicamente, la misma estructura básica de la sociedad:

“Ambos grupos actúan según un conjunto de reglas comunes que dictan que la esencia vital de unos se ponga a disposición de los otros, que esté ahí en beneficio de los originales al margen del daño que se inflija a los clones. Ambos grupos forman parte de una bioeconomía única y compartida, una matriz biopolítica común de vida y muerte. Los originales dependen de los clones para su supervivencia, pero les niegan la consideración de compañeros de interacción” (Fraser 2012: 40).

Para quien consume la historia, ls “posibles” no tienen una cualidad ontológica, esencia o condición de gracia divina distinta a las de sus clones. Pero realmente tampoco la necesitan porque tienen la cultura a su servicio. Por cultura me refiero al andamiaje institucional y simbólico que hace que uns y otrs crean en la naturalidad de esa distinción: la falta de familia e interacciones sociales regionales o globales, la escuela tipo internado, la introyección de la idea de “propósito de su existencia” a temprana edad.

El lugar de la historia es Heilsham, el mejor, el más humanitario, de esos internados-escuela en que ls clones se forman en las creencias que harán que, llegando a la vida adulta su (para nosotrs) explotación sea voluntaria. Aprenden cómo es el mundo: ls posibles tenemos un fin incierto, abierto, no sabemos cuándo hemos de morir dentro del rango de una vida extendida gracias a recibir “donaciones”, trasplantes de órganos vitales, órganos jóvenes, saludables y compatibles, hasta donde la recuperación de la cirugía sea viable para nuestro organismo. Ls clones, que fueron creads con el propósito de utilizar sus órganos en su vida adulta, no vivirán esa incertidumbre, no llegarán a envejecer; tienen certidumbre sobre su fin: son biológicamente incapaces de reproducirse, es su deber mantenerse saludables, cuidarán a clones que se recuperen de las cirugías por “donaciones”, mientras les llega la notificación de presentarse a “donar”, a su vez. Luego de dos o tres “donaciones” habrán “completado” y morirán con buena atención hospitalaria en la mesa del quirófano o tratando de recuperarse de una intervención. Margaret Atwood lo ha visto claramente: “En el mundo de Ishiguro, como en el nuestro, la mayoría de la gente hace lo que le dicen que haga (...) Quien lee llega al final del libro preguntándose exactamente dónde empiezan y terminan las paredes de su propia caja invisible” (2005).

Esto es cierto en el mundo como lo conocemos ahora mismo. Como señala Antonio Casado:

“En el actual marco de biopoder capitalista, dadas ciertas condiciones son los propios donantes los que entregan voluntariamente sus órganos a cambio de pequeñas recompensas materiales o culturales. Ni siquiera hace falta crear un National Donors Program como el de la película, sino que bastaría con mantener las condiciones de desigualdad que harán posible que en un país se genere una oferta de órganos en el mercado negro internacional. La distopía está aquí.” (Casado, 2018:299).

Ahora bien, más allá de esta eventualidad de tener una vida tan precaria que considerase subsistir vendiendo (más que donando) un órgano para que una vida privilegiada continúe existiendo, sostengo que aquí, hoy y quizá mañana también, nosotrs estamos causando y perpetuando ese “mundo injusto” y ese “profundo sufrimiento” en el resto de los animales. La novela de Ishiguro ha vestido a los animales de nuestra cotidianidad con la piel y la vida de clones humanos. No tendríamos la menor conmoción si el autor les hubiera dado la forma que tiene nuestro ganado, sus extrañas voces que no sabemos cómo se articulan, su estilo de andar, sus limitaciones cognitivas en comparación con “nuestro” sobresaliente desempeño intelectual... Sería un documental más sobre la vida en un laboratorio de experimentación biomédica con personal totalmente responsable de su trabajo o una granja que trata bastante bien a los “animales de producción” que “donarán” su carne, sus secreciones o su progenie, como lo dicta su “función zootécnica”, su ontológica esclavitud en nuestro marco civilizatorio (Ávila 2017).

En lo que sigue, hago un recorrido que pareciera trazar una espiral, entre el extrañamiento por un relato de ficción, los caminos de la insoportable realidad que creamos con la buena conciencia de la creencia en la metafísica de la dignidad y el bien común: estamos por encima del resto de los animales pues, como ha escrito Adela Cortina al hilo de esta metafísica de la dignidad, los otros animales sólo tendrían valor, precio para nosotrs negociar sus vidas; y sólo los seres humanos poserían dignidad, el no ser reducidx impunemente a un mero medio para fines de otras personas. Desde luego, esta metafísita está a discusión y habemos a quienes no nos convence más. Aquí los textos clave para acompañarnos son de bioética actual: Rollin, Herrmann y Jayle, Maschke. Luego regreso al relato de Ishiguro, para destacar un par de cuestiones fundamentales que no han sido dichas por quienes hacen excelentes reseñas y críticas del mismo. Me permitiré soltar las cabras de mi imaginación para que retozen en una especulación sobre lo que hay antes, al lado, delante y emergiendo en las sombras de Nunca me abandones. Finalmente, cerraré dejándole a quien me lee o escucha un amargo sabor de boca, precisamente ése que le reprochaba Bernard Williams a Peter Singer en Ethics and the Limits of Philosophy: “una sensación de culpa indeterminada” (1985:212).

2. “Pobres criaturas”. La experimentación con animales para beneficio humano

“Pobres criaturas. ¿Qué es lo que les hemos hecho?” (Ishiguro 2005:296 ps 4169), dice madame Marie Claire cuando tiene frente a sí, en su casa, a ls jóvenes Kathy y Tommy, que quieren su ayuda para iniciar el proceso de solicitud de prórroga en las donaciones de sus órganos. Sustentan la solicitud en los dibujos que Tommy ha hecho recientemente, tras su segunda donación, y que madame no conoce –los trabajos de Kathy ya los ha visto. Kathy y Tommy se formaron en Heilsham, el internado a donde madame iba una o dos veces al año a seleccionar las muestras de creatividad que exhibiría en alguna galería de arte en la ciudad –imaginaban ls infantes. El “mal temperamento” de Tommy lo desalentaba de participar en esas actividades artísticas. Ya jóvenes egresads de Heilsham, Kathy y Tommy escucharon hablar de la posible existencia de un trámite para postergar las donaciones; pensaron que eso sería verdad por el interés que Heilsham ponía en su formación estética. Expresar la vida interior, el alma, en la materialidad de las artes plásticas o la poesía, quizá debía servir para poder solicitar un poco más de tiempo de vida y no “completar” (es decir, ser humanamente matads) tan jóvenes. Su creencia era infundada.

En unas páginas que resuenan totalmente con los movimientos al interior de la historia de la vivisección, la utilización de humanos inferiorizados y animales no humanos para la experimentación biomédica,3 la señorita Emily, exdirectora de Heilsham, les/nos explica que el sistema social se interesó un tiempo por la curiosidad de que ls clones fueran algo más que “objetos oscuros en tubos de ensayo”; se apoyó un poco el trabajo bienestarista de Heilsham, que –diríamos– les daba las cinco libertades que hoy son la letanía de los estudios en medicina veterinaria –y rara vez más allá de eso. Pero ese impulso “humanitario”, respetuoso para la crianza y formación de quienes serían casi meros medios para prolongar la vida de las personas que sí cuentan fue interrumpido por el escándalo debido a experimentos que llevarían no a la clonación para repuestos de órganos humanos, sino a la eventual sustitución de los seres humanos normales por humanos genéticamente mejorados o, al menos, a la re-categorización del ser humano “normal” como humano sin mejora planeada. No hubo mayor reflexión ni discusión, en esa nueva “atmósfera” (los “normales” seremos “subnormales”), la minoritaria y costosa consideración bienestarista de ls clones en internados como Heilsham se perdió totalmente. Predominó el desarrollo intensivo de una industria técnicamente eficiente pero cruel. Dice la señorita Emily: “si llegaran a ver cómo son aún las cosas en algunos de esos centros no lograrían conciliar el sueño en varios días” (p. 308 ps 4345).

Hemos visto el funcionamiento de esos centros que buscan producir la salud de unos seres a costa del daño y sufrimiento de otros que sería inadmisible si se les reconociera la misma condición ontológica de los privilegiados. Bernard Rollin, el extraordinario filósofo de la ciencia, reportaba que incluso en 1982, haciendo una revisión de literatura sobre animales de laboratorio, sólo encontró dos referencias a la analgesia para procedimientos invasivos en animales no humanos en toda la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos (Rollin 2012:S4). Él mismo cuenta que uno de los investigadores que participó en los experimentos sobre evolución de la sífilis no tratada en personas negras en Tuskegee le dijo que se suponía que se justificaba el daño a quienes “valían menos” por el beneficio que aportaría al resto de la ciudadanía y al conocimiento científico. Tal es la gran razón por la que se utilizan animales no humanos con fines de experimentación biomédica, contando malamente como “bienestar” la ausencia de dolor fisiológico, sin tomar en cuenta que el ambiente experimental ya implica daño y sufrimiento infligido, a veces, peor que el mero dolor físico. Concluye Rolling: “En suma, y a pesar de las legislaciones, la comunidad que realiza investigación usando animales ha sido omisa y ha fallado en enfocar los tres niveles de preocupación ética”, a saber: 1. ¿Qué da derecho a que algunos seres humanos causen daño, sufrimiento, estrés o muerte a otros animales? 2. Si lo que legitima esto es que el beneficio supera con creces el daño habría que cuidar (vigilar y sancionar) esto escrupulosamente. 3. Si se utilizan de cualquier modo (dejando pendientes la cuestión del derecho a hacerlo o de la absoluta relevancia del experimento) la decencia obliga a que se haga del mejor modo posible para el animal que está siendo utilizado, respetando sus necesidades del comportamiento natural y emocional (2012:S6).

Más recientemente, Jarrod Bailey demuestra contundentemente que la modificación genética animal, especialmente desde el despegue de la tecnología para edición genómica (Clustered Regularly Interspaced Short Palindromic Repeats, CRISPR; en español: repeticiones palindrómicas cortas agrupadas y regularmente interespaciadas) utiliza decenas de millones de vidas animales cada año, causando terrible sufrimiento en cada etapa de la “producción”, cautiverio utilización y aniquilación de cada uno de esos individuos.” El valor científico de tales experimentos, nos dice,

“es extremadamente pobre, al grado de ser innecesarios, confusos y por tanto dañinos no sólo para los animales no humanos involucrados sino de las personas que dependen de la buena ciencia para comprender, tratar y curar las enfermedades que nos afectan a tods nosotrs (...) Los animales no humanos siempre han sido malos modelos para [sustituir a] seres humanos debido a las diferencias entre especies; ninguna cantidad de modificaciones genéticas puede remediar eso, incluso si fuesen perfectas. Más todavía, los procesos de modificación genética están lejos de ser perfectos. Incluso los mejores son extremadamente ineficientes y confusos no sólo por esas diferencias de especies sino por efectos no previstos del proceso de modificación genética (...) Nunca como ahora ha sido tan imperativo abandonar la investigación que utiliza animales no humanos, incluyendo los genéticamente modificados” (Bailey 2019:465).

Ahora bien, la situación actual no es sólo la terrible persistencia ignorante,4 irracional, antieconómica, antiética de la utilización de modelos animales no humanos suponiendo, erróneamente, que tienen valor predictivo en la terapéutica y en la toxicología para seres humanos (Herrmann y Jayne 2019). Con respecto a la experimentación quimérica, que se basa en la adición en animales no humanos de células germinales o pluripotentes provenientes de embriones humanos, malamente llamada “humanización” de animales no humanos, hay un grave problema con un sistema ético para la deliberación, vigilancia, regulación y eventual sanción diseñado en el siglo XX, que precariamente funciona en muy pocos países (Holanda) y que no parece transformarse a la velocidad que se requiere. La infraestructura de ese sistema caduco tiene dos ventanillas donde se despacha el tema de la ética y la responsabilidad de la investigación científica: una ventanilla con un marco regulatorio que proteje los derechos de animales humanos (Institutional Review Board IRB en USA) y otra ventanilla con un marco regulatorio que tramita la utilización masiva de animales no humanos para hacer con ellos lo que es delito hacer en la primera ventanilla (Institutional Animal Care and Use Committee IACUC en USA). Pues bien, en las líneas de investigación quimérica se suelen orientar a remediar lo que apuntábamos antes con Bailey: la diferencia que hace inútil la experimentación con animales no humanos. El sistema de las dos ventanillas, una para animales humanos, protegidos, y otra para la utilización del resto (incluyendo quienes califican como no humanos) debe ser cuestionado a fondo.

Es imprescindible el reporte especial The Hastings Center y Case Western Reserve University del 2022, “Aclarando la ética y supervisión de la investigación quimérica” (Maschke et al. 2022). Este reporte tiene como antecedente ya lejano la catástrofe de las investigaciones de la empresa Imutran en Reino Unido probando aceleradamente trasplantes de cerdos a primates no humanos con la esperanza de luego trasplantar de cerdos a humanos (Lyons 2013). Desde finales de 2021 se han realizado trasplantes de órganos de cerdos a pacientes humanos con fines médicos (Johnson 2021, Johnston et al. 2022). La preocupación de algunas personas es proporcional al entusiasmo de otras que ven, por una parte, que ya está dada la aprobación de la Agencia Federal de Alimentación (FDA) para modificar genéticamente a los cerdos y acercarlos a la compatibilidad para trasplante a humanos y, por otra, la inmensa lista de pacientes humanos esperando un órgano para trasplante, sólo en los Estados Unidos de Norteamérica. El reporte se integra en el suplemento de la revista de bioética de The Hastings Center. Se trata de 10 proposiciones bien sustentadas, dos artículos y tres entrevistas en modalidad de grupo focal. En suma, ***

Hay coincidencia en el equipo multidisciplinario en que el bienestar de los animales en la investigación quimérica tiene sumo valor; pero no hay acuerdo sobre qué límites tiene éste y si el solo hecho de realizar la experimentación in vivo ya es un abuso que no debería existir. La principal contribución del reporte al estado de la cuestión, sostienen ls autores, es el giro en el énfasis al bienestar animal por encima de las preocupaciones conceptuales que ha introducido el discurso de que están “humanizando” a animales no humanos. El reporte también ofrece recomendaciones para la mejor gobernanza y supervisión de los procedimientos e investigaciones. Lo cual resulta sumamente precario considerando que en esa dinámica sólo se encuentran algunos centros de investigación en algunos países. América Latina, por ejemplo, es territorio de caos regulatorio en bioética y de cumplimiento de las regulaciones incluso en investigación con seres humanos (Aultman 2013), a fortiori con animales no humanos (Gil 2022).

3. Lo que dibuja Tommy

Los análisis más agudos de Nunca me abandones no han dedicado una línea a un aspecto que creo sumamente relevante en abono de mi convicción expresada en el apartado anterior: lo que Tommy dibuja frenéticamente con la expectativa de que el valor de su individualidad llegue a ser apreciado son animales no humanos.

El motivo de su arte son animales imaginarios: “había algo tierno, incluso vulnerable en cada uno de ellos. Recordé que en Norfolk me había contado que, mientras los dibujaba, pensaba con preocupación en cómo se protegerían, o en cómo conseguirían coger las cosas, y, al verlos yo ahora, sentí una preocupación semejante” (Ishiguro 2005:220 ps 3099). ¿Cómo se van a proteger los animales? ¿Cuáles pueden ser sus defensas ante el abuso y la depredación? La resistencia que pongan será canalizada como un problema de ese bicho, personalizado, atribuido a que no es un buen bicho, un buen “insumo”, “recurso”, “material biológico” o modelo de investigación biomédica. El problema es del bicho, no de un sistema injusto que lo origina con un propósito, lo mantiene, lo forma y lo usa quebrantando su voluntad. Tommy dibuja “animales que nos miraban a la cara” (p. 321 ps 4539). Su constante fricción con las fórmulas sociales y de convivencia puede deberse, como sugiere Kathy, a que “de una manera o de otra”, Tommy siempre supo que no tenía caso concentrarse en las clases, en el arte y la escritura, si su vida no era suya. “Tommy se quedó pensativo ante esto, y sacudió la cabeza. –No lo creo, Kath. No, siempre se trató sólo de mí, de mi persona. Era un idiota. Eso es todo. –Luego dejó escapar una débil risa, y dijo–: Pero es una idea curiosa. Quizá sí, quizá lo sabía, en lo más hondo de mí mismo. Y el resto de ustedes no” (p. 320 ps. 4528).

Acaso no sólo el quirófano y los hospitales sino el rastro, el matadero con sus corrales y las mangas de manejo que Temple Grandin ayudó a diseñar para que el ganado avance hacia su muerte resistiéndose menos que si sigue la ruta más corta; y el laboratorio con los habitáculos calculados para la mejor convalecencia luego de los procedimientos invasivos; la escuela, la universidad y nuestras calles, todos estos son los espacios en los que se nos ha dicho y no se nos ha dicho o no hemos entendido por completo este saber de la propia animalidad, tierna y vulnerable, de quien va a ser matado sin poderse defender, cuando le toque el turno en el bien ordenado, humanitario, humanista sistema del llamado bienestar común.

4. En los bordes de Nunca me abandones

Nunca me abandones es una pieza en un rompecabezas. Colinda con historias que probablemente Ishiguro todavía no escribe pero que ya están, en germen en sus bordes o en sus grietas, en la historia que conocemos. Por ejemplo, Heilsham es el buen internado, el más “humanitario”, del sistema nacional de donaciones. ¿Qué hay del peor? ¿qué de los muchos malos? ¿qué hay de lo malo incluso en el mejor? ¿Algún “estudiante” sí se rebeló e intentó fugarse? ¿Está huyendo y tratando de integrar un movimiento de resistencia a la explotación causada por los privilegios de “ls posibles”? Nunca me abandones es la más suave de las terribles historias que se arremolinan en la sombra de este relato.

Acaso el útero en que se desarrolló el embrión humano luego llamado Kathy H., el pecho materno del que se nutrió, pudo ser de una joven mujer a la que le habrían dicho que no podría concebir hijos por sí misma, pero podría experimentar la maternidad bajo los auspicios del Programa Nacional de Donación a sabiendas de que renunciaría a su bebé tempranamente. El genoma de Kathy H. no ha de ser el de una modelo de revista pornográfica (como ella sospecha), sino de la compasiva y, en cierto sentido, rebelde y contestataria madame Marie Clare, que se llevaba el arte de Heilsham para exhibirlo y propiciar las conversaciones que eventualmente visibilizarían a ls clones como “pobres criaturas” que no merecen vivir mal. Las lágrimas de Marie Claire cuando vio a la niña Kathy bailando con una almohada abrazada al ritmo de la canción “Nunca me abandones” quizá eran fruto de esa difusa culpa por ser la futura beneficiaria de la salud de Kathy H.5 La cinta con esa canción, perdida o robada del arcón de Kathy H., será otra pieza en el rompecabezas. Finalmente, y es aquí donde no veo cómo la posible futura obra de Ishiguro pueda llegar a conectar estas otras piezas, Kathy H. no donará sin antes cimbrar el sistema de explotación de animales para consumo humano (sí, la ganadería, nuestro orgullo nacional y todavía baluarte de la idea de estatus social, identidad geográfica, salud y nutrición humana) convirtiendo en palabras las armas que Tommy figuró en sus dibujos de animales. Esos dibujos que fueron inútiles para dar evidencia de su vida interior o alma y que mínimamente cambiara el sistema de explotación que lo condenaba a morir sin estar enfermo o viejo; igual que a nuestro ganado no humano, que ha de morir “donándonos” su carne joven y sana.

Hay en la película dirigida por Romanek algunas frases que no están en la novela. Concentran información de inferencias que Ishiguro habrá estado de acuerdo en expresar pues él acompañó todo el proceso de producción de la película basada en su novela. Una se refiere a la certeza de que ls estudiantes no deben salir de los límites del internado porque “se sabe que” les pasan cosas terribles afuera. Quienes custodian a ls estudiantes en Heilsham no tienen que disciplinar con violencia ni poner alambres de púas en los linderos. Son saberes que atan y limitan tanto como cadenas o cercas alambradas. Las otras frases cierran la película. Kathy, la protagonista y narradora, nos dice “...tuve la suerte de tenerlo [a Tommy] un tiempo conmigo. No estoy segura de que nuestras vidas hayan sido tan distintas de las vidas de los que salvamos. Todos completamos. Quizá ninguno de nosotros comprenda lo que ha vivido o sienta que ha tenido suficiente tiempo”.

Nuestras vidas, la tuya, la mía, no son muy distintas de las de quienes nos permitimos usar para “salvarnos”. ¿Comprendemos lo que hemos vivido? ¿Ha sido suficiente?

5. ¿Quién se donó en tu plato hoy? ¿Pedirás o permitirás que se done mañana también?

Finalmente, un último giro en la espiral de mi argumentación. Hasta este momento he hecho un recorrido desde la descripción de una historia (Nunca me abandones) que cimbra a autores sensibles al tema de la injusticia (Fraser 2012, Agra 2015, Peña 2020). Se conmueven porque ponen en duda que la diferencia entre clones y humanos originales sea efectiva. Esta indignación es el fruto amargo de una metafísica ideológicamente distorsionada que debería combatirse precisamente porque hace del “apagón emocional” (Agra 2015) una norma cívica. Diluye las responsabilidades en esa forma de entender el estado de cosas como normal e impide ver la injusticia estructural, es decir, “un tipo de agravio moral distinto de la acción agravante de un agente individual o de las políticas represivas de un Estado. La injusticia estructural ocurre como consecuencia de muchos individuos e instituciones que actúan para perseguir sus metas e intereses particulares, casi siempre dentro de los límites de normas y leyes aceptadas” (Iris Marion Young 2011:69, citada en Agra 2015:516).

En la investigación biomédica se ha asumido que el sufrimiento infligido a animales no humanos debe ser plenamente justificado y el mínimo posible; que toda vez que se pueda reemplazar a un “modelo animal” por algún otro recurso confiable debe reemplazarse. ¿Por qué no es esa la misma lógica y ética en nuestra alimentación? ¿Por qué tú y yo no asumimos para nuestra comida (tres veces al día, más o menos), vestido, calzado y diversión el mismo baremo que esperamos que asuma quien trabaja en ciencia: pon atención y da cuenta del daño que causas, elige no hacer daño si puedes evitarlo, pregúntate siempre si puedes evitarlo, haz lo posible por evitarlo. Es esto lo que hace varias décadas señaló Aubrey Townsend en un argumento recordado por Rae Langton y Richard Holton: “Cuando se trata del conocimiento, debemos experimentar con animales únicamente en ausencia de alternativas razonables. Cuando se trata de nuestra cena, ¿por qué no es lo mismo?” (2018:288).

Fraser concluye con ocho indicaciones puntuales que debemos seguir para que la justicia deje de ser sólo teoría y se convierta en una virtud primordial en la práctica, a saber:

  1. Afinar nuestro sentido de la injusticia y cómo enderezar la situación.
  2. Recelar de toda diferencia ontológica invocada para legitimar un orden social dual o estratificado.
  3. Las reglas de la "estructura básica" deben ser igualitarias.
  4. Desconfiar de los marcos de referencia que hacen distinciones formales (ciudadanía, por ejemplo).
  5. Recelar y cuestionar la conversión de las desigualdades estructurales en problemas personales o circunstancias adversas (personificación). Admitir la ira y la indignación como elementos importantes del diagnóstico.
  6. No asumir que la ausencia de crítica o rebelión equivale a la ausencia de injusticia. La oposición organizada depende del acceso a esquemas interpretativos y recursos discursivos articulados y expresados públicamente.
  7. Desconfiar de la exaltación unilateral de la individualidad y de la fetichización del amor.
  8. Apreciar más la creatividad de ls oprimids. Cultivar la indignación social y la imaginación política (Fraser 2012:200-201).

No es usual que quien hace filosofía política se arriesgue asentando directrices para la acción de manera tan concisa, clara y directa. Generalmente las orientaciones parecen brillar tras la bruma de la palabrería que supuestamente le da prestigio teórico, dejando muy poco margen tanto para acordar como para disentir. Fraser aquí prescinde de esa parafernalia discursiva y llama claramente a la acción en favor de quienes reconozcamos como formas de la especie humana.

6. Conclusión. Ve más allá

Cierro pidiendo ir con Fraser más allá de Fraser. Frente a la película o la novela, intentemos no ver a ls infantes interns en Heilsham con la forma humana sino ver su forma animal en su etapa educativa, asimilando las reglas de convivencia, los relatos de su origen y su destino, de su función zootécnica, de sus capacidades para negociar, congratularse con alguien y sanar emocionalmente. Ls interns de Heilsham y ls docentes que les custodian tratan de hacer lo que debe hacer un animal decente. Ni más ni menos que aquells animales no humanos a quienes ganaderizamos hoy, aquí.

Lucy, la ama y maestra que en Nunca me abandones más respeta a ls clones, luego de escucharles decir que aprenderán tal o cual oficio, viajarán y conocerán otros lugares, se para frente al grupo y pronuncia el discurso muchas veces referido por quienes hacen filosofía política: “les han dicho y no les han dicho…” no se hagan expectativas que no les corresponden. No elegirán una carrera a la cual dedicarse en el transcurso de las varias décadas de su incierta (o abierta) vida, pues ustedes no son “normales”. No llegarán a la vejez. Tienen un destino fijado para el cual deben prepararse: cuidar a donadores de órganos vitales tras sus cirugías y luego, a su vez, ser donadores. Dos, tres, quizá cuatro donaciones y habrán “completado”, es decir, muerto en la mesa del quirófano. Lucy está en conflicto contra esta creencia y, sin aspirar a encender una revuelta para emancipar a ls infantes explotads, expresa su posición a sus colegas en el internado. Años después explica la señorita Emily, la exdirectora de Heilsham: “[Lucy] Pensaba que teníamos que hacerls más conscientes. Más conscientes de lo que les esperaba en la vida: quiénes eran, para qué habían sido concebidos”. Ls custodis y maestrs en Heilsham deliberaron y decidieron que no procederían así. Que seguirían diciendo sin decir la “noble mentira” que funda la práctica de la gobernanza desde siempre, tanto en las familias como en los estados. Esa noble mentira que asienta cómo es el mundo, si tienen un destino que cumplir o si cada quien puede forjárselo. La expresión “noble mentira” aparece en la utópica República de Platón y de algún modo se ha venido transformando y adaptando en el transcurso de los siglos y las geografías (Peña 2020:37 y ss). El cuerpo docente de Heilsham deliberó y decidió que Lucy (sus ideas) debía irse de la escuela (p. 311 ps 4386). El proceder para esa expulsión es totalmente correcto, pacífico, razonado y democrático. Así debe ser. El procedimiento es adecuado aunque lamentemos mucho el resultado del mismo. Sería preferible que la posición de Lucy prevaleciera y que las estudiantes fueran ilustrads sobre su condición y sus opciones reales; que el resto de la sociedad se preparara para reducir sus privilegios, ya fuera voluntariamente o por la fuerza de la resistencia. Voluntariamente porque, eventualmente, algunas personas se disuaden de hacer daño a quien sabe que está recibiendo un daño, aunque el agente del daño tenga el poder e incluso el derecho de seguirlo haciendo. Por la fuerza porque, bajo ciertas circunstancias, quizá quien sabe que es víctima de un daño se rebele a aceptar eso como algo que se merece o que es inevitable, y se disponga a resistirse violentamente, usando las herramientas o armas a su alcance para defender su vida, su salud y la de sus seres queridos, si estos están en situaciones análogas. Esas herramientas o armas pueden llegar a ser discursivas (en el caso de la novela más claramente que en el caso del actual ganado no humano) y mover a los cuerpos legislativos o a las convenciones humanas, que se supone que atienden a razones y no sólo a intereses, a cambiar el estatus moral y legal para proteger a quienes reclaman de quien pretenda causarles daño, incluso usando la fuerza pública para brindar dicha protección.

“Un país entero ‘sabe y no sabe’”. Asumimos como actividad productiva legal, honrosa, la explotación y miseria de seres que parece que para eso están, que es su esencia, su naturaleza. “Sus sufrimientos pueden entonces ser vistos como que cuentan poco o nada” (Pateman y Mills, 2008:162 cita en Agra 2015:519). Es la condición actual de los animales no humanos en la ganadería, la pesca y la investigación biomédica con la que minuto a minuto construimos nuestros privilegios de especie, mismos que suponemos nos merecemos “naturalmente”. Por siglos esa convicción ha sido sólidamente puesta en duda. Sin embargo, predomina la creencia de que “tenemos derecho” a la carne, que nuestra salud y paladar necesitan consumir productos de origen animal obtenidos no importa cómo, en infernales granjas o cazándolos. Es tiempo de pasar a la acción correspondiente: desganaderizar la educación, la ciencia, la salud, la política, la economía y la ecología.

Referencias6

Abrams, Robert C. (2016). Kazuo Ishiguro’s Never Let Me Go: A model of ‘completion’ for the end of life. Medical Humanities, 42(1), 42–45. https://doi.org/10.1136/medhum-2015-010767

Agra Romero, María José. (2015). Justicia, vulnerabilidad, sostenibilidad, en Puleo, Alicia H., Aimé Tapia González, G., y Angélica Velasco Sesma, Hacia una cultura de la sostenibilidad. Análisis y propuestas desde la perspectiva de género. Universidad de Valladolid, pp. 505-525.

Atwood, Margaret. (2005). Brave new world. Kazuo Ishiguro’s novel really is chilling. Slate. https://slate.com/culture/2005/04/kazuo-ishiguro-s-creepy-clones.html

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Notas al final

1. Las traducciones del inglés son mías. Elegí omitir las vocales que en castellano marcan gramaticalmente la diferencia genérica, si el término es neutro.

2. Lo esencial del concepto de distopía: describe condiciones insoportables ante las cuales las víctimas sufren y se rebelan; así, mueve a reflexión sobre la utopía posiblemente fallida al tiempo que critica cierta tendencia en la dinámica social y/o ecológica; el malestar, la injusticia en las condiciones descritas propicia también la indignación en quien consume esa distopía (vista en película o leída en novela). La inmensa mayoría de los análisis suscriben lo que García Gómez dice de Nunca me abandones: “...perfecta e inquietante imagen de un negro y distópico futuro en el que no estoy seguro de que todo el mundo esté dispuesto a habitar” (2011: 62). Renata Pires de Sousa (s/f) es convincente al sostener que Nunca me abandones es una utopía o una distopía dependiendo del punto de vista de quien así la califica: para la población que se beneficia del Programa Nacional de Donación de Órganos es utopía; para los clones explotados, es distopía; como lectora, ella se posiciona en este segundo caso. De Sousa clasifica las distopías en la literatura según un criterio cronológico: en la primera ola, las distopías clásicas de los 30 a los 50; pintan un régimen político totalitario, guerra, devastación. Una segunda etapa hacia los 80 muestra ansiedades relacionadas con el cuerpo, la identidad y la Guerra Fría; la autora considera que Nunca me abandones rompe incluso con el modelo postclásico de distopía.

3. “...no había sitios como Hailsham. Fuimos los primeros, junto con Glenmorgan House. Luego, unos años después, vino Saunders Trust. Juntos formamos un pequeño pero influyente movimiento que desafiaba frontalmente la forma en que se estaban llevando los programas de donaciones (...) demostramos al mundo que si los alumnos crecían en un medio humano y cultivado, podían llegar a ser tan sensibles e inteligentes como los seres humanos normales. Antes de eso, los clones (o alumnos, como nosotros preferíamos llamaros) no tenían otra finalidad que la de abastecer a la ciencia médica. En los primeros tiempos, después de la guerra, eso es lo que erais para la mayoría de la gente. Objetos oscuros en tubos de ensayo (...) Asistían ministros, obispos, todo tipo de gente famosa. Se pronunciaban discursos, se prometían cuantiosos fondos. ‘¡Eh, miren!’, decían. ‘¡Miren estas obras de arte! ¿Cómo puede atreverse alguien a afirmar que estos chicos son seres inferiores a los humanos?’ Oh, sí, en aquella época hubo un gran apoyo a nuestro movimiento; estábamos con el aire de los tiempos (...) Después de la guerra, a comienzos de los años cincuenta, cuando los grandes avances científicos se sucedían rápidamente uno tras otro, no había tiempo para hacer balance, para formularse las preguntas pertinentes (...) De pronto se abrían ante nosotros todas aquellas posibilidades nuevas, todas aquellas vías para curar tantas enfermedades antes incurables. Esto fue lo que más atrajo la atención del mundo, lo más ambicionado por todas sus gentes. Y durante una larga etapa el mundo prefirió creer que los órganos surgían de la nada, o cuando menos que se creaban en una especie de vacío. Sí, hubo debates. Pero cuando la gente empezó a preocuparse de..., de los alumnos, cuando se paró a pensar en cómo se les criaba, o si siquiera tendrían que haber sido creados, entonces, digo, ya era demasiado tarde. De que eran menos que humanos, y por tanto no había que preocuparse. Y así es como estaban las cosas hasta que irrumpió en escena nuestro pequeño movimiento” (pp. 304-306, ps 4281-4310).

4. Duplicidad de experimentos debido a prácticas deficientes en hacer el estado de la cuestión de un proyecto y su diseño experimental, fallas en reportar resultados positivos de investigaciones –las menos– y atención a la obligatoriedad de reportar los resultados negativos –los más–, entre otras causas endémicas de la catastrófica investigación con animales no humanos.

5. “Cuando te vi bailando aquella tarde, vi también algo más. Vi un mundo nuevo que se avecinaba velozmente. Más científico, más eficiente. Sí. Con más curas para las antiguas enfermedades. Muy bien. Pero más duro. Más cruel. Y veía a una niña, con los ojos muy cerrados, que apretaba contra su pecho el viejo mundo amable, el suyo, un mundo que ella, en el fondo de su corazón, sabía que no podía durar, y lo estrechaba con fuerza y le rogaba que nunca, nunca la abandonara.” (Madame Marie Claire a Kath H., en Ishiguro, 2005:316, ps 4465). En la película es Ruth y no Marie Claire quien observa, en dos ocasiones, a Kathy escuchando esa cinta.

6. El primer año, de haberlo, corresponde a la primera edición en su idioma original. El segundo, a la edición referida.