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Es un placer para nosotros presentarles un nuevo numero de DILEMATA, que sigue siendo un espacio de diálogo y reflexión sobre cuestiones fundamentales en filosofía, ciencia y ética.

En este número misceláneo hemos seleccionado cuatro artículos de particular interés que sin duda estimularán el debate.

El primero de ellos, “Potencialidad, suficiencia constitucional y viabilidad fetal: una propuesta de solución a la cuestión del estatuto del embrión humano”, intenta traer luz a un tema tan polarizado y emotivo como el estatuto del embrión humano.

En el segundo artículo, “Mejoramiento y transhumanismo: ¿Un cambio aceptado? se nos presentan los últimos avances en genética que pueden dar lugar a la mejora de nuestra especie tal y como defiende el transhumanismo.

En el tercer artículo, “Reflexiones sobre las relaciones entre racionalidad, emotividad y ética” establece un puente entre la filosofía y la psicología para explorar las intersecciones de la razón, las emociones y la ética en el contexto de la discapacidad.

Por último, “Nunca me abandones: ficción distópica para los seres humanos; realidad actual para los otros animales”, la reflexión se centra en la obra de Kazuo Ishiguro, destacando la paradoja de considerar la explotación de clones como distópica mientras ignoramos la explotación que sufren los animales no humanos en nuestra sociedad.

Estos cuatro artículos, aunque diferentes en cuanto a su temática, nos invitan a reflexionar sobre cómo nuestras decisiones éticas impactan en nosotros, tanto a nivel individual como colectivo.

También contamos con dos reseñas de libro. El primer libro “Ética de la Investigación para las Ciencias Sociales”, coordinado por Adolfo Estalella, reseña de Aileen Chales-Aoun. Segundo libro “La infancia invisible. Cuestiones ético-políticas sobre los niños” de Mar Cabezas, reseña realizada por Dorotea Buendía.

Esperamos que disfruten de estas lecturas tanto como nosotros y les animamos a que participen en en la reflexión y dialogo que cada uno de los libros y artículos de este número de DILEMATA  promueve.

Anibal Monasterio Astobiza
(LI2FE)

Melania Moscoso
(Instituto de Filosofía CSIC))

 

Sin embargo, según el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, en su informe sobre el Desarrollo Humano 2011, el Congo de Joseph Kabila figura el último de los 187 países clasificados. El número de pobres en ese país es abrumador. El tema de la pobreza en el antiguo Zaire en este siglo XXI es un escándalo social.

La creencia de que la globalización es la clave para la reducción de la pobreza no es así en la Republica Democrática del Congo, y lo demuestran los datos. Con un PIB de 300 dólares per cápita, cerca del 60% de la población congoleña vive con menos de 1 dólar al día. Los beneficios que se obtienen de la explotación de minerales, principal fuente de ingresos del país, representan el 60% del PIB (Renta Nacional Per Cápita), pero no se reflejan en la vida diaria de los congoleños. La mayor parte del dinero se evade en los bolsillos de unos pocos. Esto incrementa cada vez más la brecha entre los pocos ricos congoleños y la inmensa mayoría de la población pobre. La desigualdad entre ricos y pobres dentro del país es desvergonzada. Chalets de lujo con flamantes coches en la Gombe, un barrio de la capital y al lado, miles de pobres que viven en chabolas y no tienen nada para comprarse el pan. La situación congoleña es dramática.

¿Cómo es posible que haya pobreza extrema en un país con tanta riqueza como el Congo, con grandes cantidades de diamantes, oro, cobre, cobalto, coltán, etc? Los intereses económicos y la corrupción han convertido ese país de Grandes Lagos en un campo de batalla y saqueos. Las organizaciones de Derechos Humanos insisten en que los Estados Unidos, Bélgica, Canadá, China, etc., principales destinatarios de los minerales congoleños, sobre todo el coltán (abreviatura de columbita y tantalita, un metal utilizado en el sector de las nuevas tecnologías y especialmente necesario para la fabricación de teléfonos móviles) y las multinacionales que comercian con éste, están financiando los conflictos en el Congo. Un país cuya economía depende principalmente de los recursos minerales, está sujeto a la corrupción, gobiernos autoritarios, conflictos entre bandas armadas, etc.

La inestabilidad política del Congo es de hecho buen negocio para los países ricos, las multinacionales y los dirigentes congoleños. Les beneficia mantener el statu quo de un sistema escandaloso que cada año cuesta la vida a millones de personas y que incrementa tremendamente el número de los pobres en el Congo. Dentro del país, esta situación vergonzosa ha contribuido a la concentración de la riqueza en manos de unos pocos, es decir, del gobierno y unos pocos empresarios. Sin embargo ha incrementado la pobreza del resto de la población. El silencio de las Naciones Unidas y la Comunidad Internacional ante los fraudes en las últimas elecciones no sorprende a nadie. Es una prueba más de la voluntad de estos de mantener los regímenes corruptos en el poder para sus propios intereses.

Los congoleños no necesitan la caridad de la Comunidad Internacional, sino la justicia. Que los pobres se beneficien en la misma proporción que los pocos ricos del crecimiento per cápita de la economía del país. “Lo más importante para el pueblo congoleño es mejorar las condiciones de vida y la paz social", dijo el martes 20 de diciembre, Alex Josué Mukendi, uno de los diez candidatos de la oposición en las elecciones presidenciales del 28 de noviembre de 2011. Lo dijo en respuesta al discurso inaugural del Presidente Joseph Kabila, reelegido para un mandato de 5 años.

Si el crecimiento económico no se traduce en mejores condiciones de vida para los congoleños, estamos lejos de alcanzar los Objetivos de Desarrollo para el Milenio (ODM). Y si los intereses egoístas de los países ricos, de las multinacionales y los regímenes autoritarios, siguen ocupando el primer plano, los Objetivos de Desarrollo para el Milenio son una utopía. En el Congo hay recursos para todos, pero mal repartidos. Estamos de acuerdo con Thomas Pogge cuando dice que el problema de la pobreza y desigualdad en el mundo es de origen moral. El caso del Congo lo demuestra.