Las cuestiones de género atraviesan todas las éticas aplicadas, así que aprovechando la hospitalidad de María José Guerra y un seminario recientemente organizado por la Dirección de Igualdad de mi universidad (http://www.berdintasuna.ehu.es/) me atrevo a compartir aquí algunas reflexiones sobre la ética de la investigación científica y tecnológica.

¿Necesitamos protocolizar las buenas prácticas en investigación teniendo en cuenta la perspectiva de género? Creo que sí, pero la experiencia con este tema en bioética indica que a veces el proceso de redacción es tan fructífero o más que el documento mismo. Los documentos por sí sólos no cambian las cosas, ahí se quedan, pero las dinámicas empleadas para elaborarlos sí pueden contribuir a la transformación de una realidad que es hoy tremendamente injusta para las mujeres. 

Una de las cosas en las que venimos insistiendo en Dilemata es en la necesidad de complementar las políticas públicas con una “cultura bioética” para que esa institucionalización sea efectiva. Y es que, por decirlo en términos popularizados por Alasdair MacIntyre, la investigación científica es una práctica que se transmite en el tiempo mediante tradiciones, en el seno de comunidades dialógicas que persiguen determinados bienes internos a la práctica. Estas tradiciones tienen una dimensión histórica transida de relaciones de poder; como cualquier otra tradición, toda ética aplicada es un repositorio de aciertos y errores, de sabiduría y de corrupción.

 Por eso, a la hora de evaluar éticamente cualquier práctica, hay que recordar cuáles son sus bienes internos, aquellos que ninguna otra pueden ofrecer. En el caso de la investigación en general, parece claro que su fin o bien interno es aumentar el conocimiento para mejorar las condiciones de vida de una sociedad (en sentido amplio, aquí podrían entrar también animales no humanos y ecosistema), Esto quiere decir que la investigación ha de servir a un fin social sin menoscabar los derechos de las personas o (dicho en términos menos jurídicos, más afines a mi planteamiento), la consideración que nos debemos moralmente unos a otros.

 Por otra parte, a menudo se dice que la sociedad necesita investigación, sí, pero no es menos cierto que la investigación necesita de la sociedad: financiación y reconocimiento, pero también (es el caso de la biomedicina) materia prima. La investigación biomédica necesita sujeto sobre los que estudiar, y esos sujetos son hombres y mujeres; aquí hay una primera línea de entrada, en la que no voy a avanzar, pero que supone investigar qué desigualdades se establecen entre la investigación que afecta más a los diversos géneros en tanto que sujetos de estudio y posibles beneficiarios de sus resultados; pues no podemos olvidar que las mujeres participan de la medicalización de la vida diaria en mayor grado que los hombres.

 Auí se ha dado un interesante cambio histórico en las últimas décadas en paralelo con el desarrollo de la bioética, y que Alfred Tauber comenta en sus Confesiones de un médico un excelente libro publicado en el MIT en los noventa, y que ahora ha aparecido en castellano sin perder actualidad (ver reseña en Dilemata): “En la década pasada ya hubo intentos de dar una respuesta deliberada a las críticas que planteaban públicamente que la salud femenina había recibido poca atención. […] Para bien o para mal, asistimos a una ciencia que ya no parece estar aislada de sus bases sociales, a la que se fuerza a responder más activamente al contexto político que la promueve. Los activistas demandan que se atienda a sus propias propuestas y, en respuesta, el escrutinio ciudadano aparta los velos de los programas de investigación. […] una población mejor educada ha decidido que la ciencia es demasiado importante como para dejarla sólo en manos de los científicos, y el laboratorio queda sujeto a influencia o incluso controles externos.”

 Esto no es malo. Los y las investigadoras deberíamos estar acostumbrados a que nuestro trabajo sea validado por otras personas: para empezar, nuestros pares, de los que depende la publicación de artículos, la financiación de nuestros proyectos de investigación, etc. La resistencia surge, en mi experiencia, cuando el trabajo de un investigador es evaluado por legos. Aquí habría mucho que hablar, pero resumiendo mi posición es que ante los aspectos éticos de la investigación hoy por hoy somos todos legos: ninguna persona puede atribuirse una autoridad ética mayor en ese juego: ni la investigadora, ni la sujeto de investigación, ni la jurista, ni la gestora, ni por supuesto la contribuyente.

 A la hora de incorporar los aspectos de género, creo que hay que recordar lo que el filósofo Peter Winch dijo en sus ensayos sobre cómo comprender una “sociedad primitiva”. A grandes rasgos, Winch afirmaba que entender un grupo humano requiere  entender tres cosas: las prácticas en las que participan, las instituciones que crean, y el lenguaje que utilizan (en sentido amplio: incluyendo elementos simbólicos y no verbales).

 Como he dicho alguna vez, la “ética del lenguaje” no es un tema muy estudiado a nivel micro, pero aquí creo que hay una interesante sinergia entre ética y estudios de género, pues la cuestión del sexismo en el lenguaje sí cuenta con cierto desarrollo. Este  es un tema difícil, habida cuenta de lo complicado que resulta eliminar el género cuando uno se expresa en castellano (en menor medida en inglés, menor aún en euskera), pero en mi entorno detecto cierta tendencia a menospreciar este tema, catalogándolo como “corrección política”, o sea, mera cosmética, maquillaje que no entra en las cuestiones de fondo. Pero el lenguaje sí es cosa de fondo, como nos sugiere Winch, porque para entender (y transformar) una sociedad hay que entender (y transformar) qué juego de lenguaje juega.

 El lenguaje moldea nuestra manera de ver las cosas; puede que no logremos un lenguaje completamente gender-free, genéricamente neutro, pero al introducir pequeños gestos de mayor inclusividad, esas coletillas tan ridiculizadas a veces (ciudadanos y ciudadanas, los y las, etc. investigadores e investigadoras) nos hacemos conscientes de una dimensión que hasta ahora quedaba relegada. No es un esfuerzo vano, porque el lenguaje se reforma continuamente (pero no es efectivo hacerlo sólo a nivel macro, político y jurídico. No basta con la política lingüística, como tampoco basta con las leyes de igualdad. En este viaje género y ética son ámbitos que pueden beneficiarse de la colaboración mutua, pues comparten algunos problemas: pensemos en la percepción de los comités de ética como “policía ética”, tan similar y tan errónea como la percepción de las unidades de igualdad como policía de género.

 

Comentarios


Y si innovamos?

Domingo, 16 Octubre 2011 20:42
cristina

Le quitaremos el genero al lenguaje para que sea neutro.  El articulo neutro en el castellano es LO y me parece innovador, cambiemos por LO para que nadie se excluya o se de por discriminado.  La Tolerancia estaría encantada de ser nuestra embajadora en las cuestiones de genero en la ética. Moldear la mente con valores para que el lenguaje los refleje por mas masculino o femenino que éste sea es el concepto que nos rige en nuestro actuar.  ¿Por que buscamos la igualdad de genero? Es un reto protocolizar las buenas prácticas en investigación teniendo en cuenta la perspectiva de género que no atente con los investigadores mismos. ¿Es tremenda-mente injusta la investigación para la mujer? Tendremos que ver las distintas realidades y perspectivas de los involucrados.

cuestiones de genero y etica de la investigacion

Domingo, 30 Octubre 2011 20:03
Mercedes Izaguirre Garitano

Nietzsche ya afirmo la importancia del cambio de la gramatica "lenguaje" para poder cambiar el mundo. En cuestion al genero, el lenguaje es la base de las discriminaciones y exclusiones pero como vamos a cambiar eso si para empezar no se utilizan los terminos que ya existen e incluyen a ambos sexos. Se sigue utilizando "el hombre" en vez de "el ser humano" para dar cuenta del mundo y no hablo de la calle sino a nivel academico.