Por Miren García Marcos

Mi propósito con estas líneas no es mostrar mi juicio ético o mi propuesta moral sobre el tema del suicidio, sino plantear el estado de la cuestión sobre este asunto. Lo primero lo dejo a vuestro libre albedrío, ya que la libertad de elegir y elegirse en cada momento es lo propio del ser humano, y lo que hace posible la existencia de diversas éticas y códigos morales. Bien sea para elegir si leer este comentario o no, o para decidir si queremos seguir viviendo.

El suicidio ha estado presente en todas las épocas históricas. Las distintas sociedades han mantenido actitudes variables en función de sus principios. Fundamentalmente abordaré la cuestión desde el punto de vista del existencialismo, tomando como obra principal para ello “El mito de Sísifo” de Albert Camus. El comienzo de esta obra me parece uno de los comienzos más explícitos y dignos de elogio que he leído: “No hay sino un problema filosófico realmente serio: el suicidio. Juzgar que la vida vale o no la pena de ser vivida equivale a responder a la cuestión fundamental de la filosofía. El resto, si el mundo tiene tres dimensiones, si las categorías del espíritu son nueve o doce, viene después”. Esto significa que la cuestión del suicidio es el alfa y la omega. Cuestión sin la cual el resto de cuestiones carece de sentido. Eso Hamlet ya lo sabía… “Ser o no ser… esa es la cuestión”.

Actualmente, el suicidio se aborda desde un punto de vista psicológico, en lugar de ser abordado desde una perspectiva moral, que es de lo que se trata. Se trata de decidir… es más, se trata de la decisión más importante. Decidir es lo propio, lo característico del ser humano… pues éste es un proyecto en constante modificación. El ser humano se “da forma” a sí mismo. Es un ser probable que nunca está del todo acabado hasta el momento de su muerte. Y cuando muere es incapaz de ver completa su obra.

Suicidarse es poner en práctica la libertad. De hecho, es la máxima expresión de la autonomía. Pero… ¿el suicida realmente quiere morir? NO. El suicida no detesta la existencia, no odia la vida… todo lo contrario, es quién más la ama. De hecho la ama tanto, que considera que la vida no puede comprarse a cualquier precio. En palabras de Séneca: “Morir más tarde o más pronto no tiene importancia; lo que importa es morir bien o mal. La vida no ha de comprarse a cualquier precio”. En este sentido, suicidarse no es ir contra Dios (como argumentarían los religiosos) ya que Dios nos ha condenado a todos a morir de antemano. Es sólo una posibilidad más que el mismo Dios pone al alcance de nuestra mano para salir de la vida cuando lo creamos necesario. El suicida siente un dolor emocional, una angustia vital insoportable. Sin embargo, estas personas no quieren dejar de vivir; lo que verdaderamente quieren es dejar de sufrir (tendría una función paliativa). El suicidio se realiza cuando se considera que la vida es indigna e impropia de la razón humana. Si el suicida pudiera escapar de los males que le acosan sin recurrir a la muerte, lo haría. Como diría Schopenhauer: “El suicidio, lejos de negar la voluntad de vivir, la afirma enérgicamente. Pues no aborrece los goces de la vida, sino que aborrece el dolor”. “El suicida ama la vida” pero no en las condiciones que le ha tocado vivirla. También Nietzsche estaría de acuerdo con esto cuando dice: “Morir con orgullo cuando ya no es posible vivir con orgullo”.

En definitiva, meditar la muerte es meditar la libertad. Se trata de decidir. Decidir si realmente vivir sale rentable. Pero esta decisión es muy diferente al resto de decisiones, ya que implicaría decidir que no se quiere seguir decidiendo.

Finalmente, me gustaría añadir un fragmento en torno a las decisiones que aparece en “La insoportable levedad del ser” de Milan Kundera: “El hombre nunca puede saber qué debe querer, porque vive sólo una vida y no tiene modo de compararla con sus vidas precedentes ni de enmendarla en sus vidas posteriores”; “No existe posibilidad alguna de comprobar cuál de las decisiones es la mejor, porque no existe comparación alguna. El hombre lo vive todo a la primera y sin preparación. Como si un actor representase su obra sin ningún tipo de ensayo. Pero ¿qué valor puede tener la vida si el primer ensayo para vivir es ya la vida misma? Por eso la vida parece un boceto. Pero ni siquiera boceto es la palabra precisa, porque un boceto es siempre un borrador de algo, la preparación para un cuadro, mientras que el boceto que es nuestra vida es un boceto para nada, UN BORRADOR SIN CUADRO”.