Por JIMENA RODRÍGUEZ CARREÑO

 

Dentro del nuevo libro editado por Alicia H. Puleo, que constituye una importante aportación para la teoría ecofeminista, encontramos dos capítulos que muestran un claro compromiso ético con los animales no humanos. No me refiero a una preocupación por las especies en relación a la biodiversidad (lo que cual también es, claro está, un asunto de vital importancia), sino al interés por los animales en cuanto individuos capaces de sentir y, por tanto, de sufrir física y psicológicamente. Estos dos capítulos se sitúan, así, en una línea de pensamiento relativamente novedosa que empezó a darse a conocer en la década de los noventa del siglo XX en el mundo anglosajón y que puede denominarse “ecofeminismo animalista”.

Según el orden del libro, el primer capítulo que encontramos que sigue dicha línea de pensamiento es el de Lucile Desblache, titulado “Las otras víctimas de la moda”. La autora plantea la ambigüedad que supone que, por un lado, las mujeres muestren más empatía hacia los animales y se impliquen más en su defensa que los hombres; y que, por otro lado, la mayoría de ellas no manifieste ninguna conciencia en relación al sufrimiento animal implicado en la moda. La explotación, y en muchos casos la muerte, de los animales tiene lugar tanto en la obtención de materias primas (seda, lana, cuero, etc.) para la fabricación de prendas de ropa y accesorios, como en la elaboración de productos de cosmética. Aunque el capítulo se refiere concretamente a las mujeres francesas, parece claro que es posible observar las mismas actitudes entre las mujeres de, al menos, cualquier país occidental desarrollado.

El análisis que hace L. Desblache está muy bien fundamentado, pues, entre otras cosas, utiliza datos recientes basados en estudios empíricos. De este modo, obtiene una conclusión muy interesante –la ambigüedad de las mujeres en relación a los animales y la moda- que puede resultar de gran utilidad para investigaciones futuras. Se trata, además, de una conclusión que nos lleva de manera inevitable a reflexionar sobre nuestras relaciones con los animales no humanos en general.

Al considerar las afirmaciones de L. Desblache con más perspectiva, caemos en la cuenta de que la ambigüedad a la que la autora hace referencia es un caso particular dentro de una actitud muy extendida entre los seres humanos. Hoy en día, cada vez más personas reconocen que un animal es un ser que siente y que padece, por lo que, al menos dentro de lo posible, no debe ser maltratado. Sin embargo, la gran mayoría de quienes así opinan continúan consumiendo productos de origen animal procedentes de la ganadería industrial. Es cierto que muchas personas pueden argumentar que, dado que la alimentación es una necesidad básica, es legítimo terminar con la vida de ciertos animales para cumplir con tal fin. No obstante, considero que no es posible justificar con este argumento el inmenso sufrimiento que para los animales implica la ganadería industrial. Además, incluso adoptando una postura puramente antropocéntrica, este sistema de producción de alimentos no es defendible, pues conduce a una dieta desequilibrada en la que se consumen más proteínas de las debidas y en la que se ingieren hormonas y antibióticos que previamente les han sido administrados a los animales. Recurro al ejemplo de la ganadería industrial porque me parece de los más claros, pero hay muchos otros a los que es posible aludir, como los espectáculos en los que se utilizan animales, la experimentación científica, etc.

Si ampliamos aún más la perspectiva, podemos llegar incluso a tomar conciencia de que esta ambigüedad de la que hablamos no se da solo en relación con los animales, sino también con los mismos seres humanos. Precisamente, la cuestión de la moda constituye un buen ejemplo en este sentido. Es bien sabido que el afán consumista de los países desarrollados tiene como contrapartida la explotación de miles de trabajadores en países llamados eufemísticamente “emergentes”. Este hecho, sobradamente conocido, no impide, sin embargo, que miles de personas se dejen arrastrar por el entusiasmo consumista al encontrar ropa a precios extremadamente bajos.

Una de las posibles causas de este modo de comportarnos está, probablemente, en que las implicaciones de nuestra conducta se manifiestan en lugares muy alejados (como los países llamados emergentes) o escondidos (como los mataderos, los criaderos y las granjas industriales). El hecho de no ver de forma más clara y directa las consecuencias de nuestras acciones constituye un serio impedimento para que nos mostremos capaces de cambiar nuestros hábitos y conductas. En este sentido, el otro capítulo al que quería referirme, “Reflexiones de una retratista de gorilas”, escrito por Verónica Perales Blanco, constituye un importante revulsivo. Al encontrarnos con los magníficos dibujos que la artista incluye en su capítulo, no podemos rehuir la mirada de las gorilas retratadas. Nos vemos obligados a mirarlas a los ojos, a tomar conciencia de que son seres individuales, con un carácter propio. Por otra parte, al averiguar leyendo el texto que estos animales se encuentran recluidos en zoológicos, en los cuales, como denuncia la autora, no disfrutan de unas buenas condiciones de vida, es muy probable que sintamos compasión. Como dice la artista, la metáfora (aquí en forma de dibujo) puede ser mucho más eficaz que un discurso directo. Los retratos de estos animales nos interpelan de forma ineludible y despiertan nuestra empatía.

También leyendo el texto, descubrimos el interesante proyecto en el que se insertan estos dibujos. Se trata del proyecto Grandes Simios en Femenino, en el que la artista trabajó durante dos años y que consistió en hacer retratos de las hembras de gorila que se encontraban en los zoológicos españoles. De este modo, como sostiene la misma V. Perales, se trataba de alertarnos acerca del estado de peligro en el que se encuentran los animales de esta especie. Se pretendía también hacernos notar las relaciones opresivas que mantenemos con ellos y, en tercer lugar, poner de manifiesto el paralelismo entre la invisibilidad de los gorilas hembras en la representación de individuos de su especie y la falta de reconocimiento de las mujeres a lo largo de la historia. En relación a este último punto, la autora explica que, si buscamos fotos de gorilas en Internet, encontraremos, sobre todo, fotos de machos. Cuando aparecen hembras, se las ve, en general, junto a sus crías; raramente se encuentran solas. De este modo, su imagen aparece vinculada a la maternidad y a la familia (como ocurre con las mujeres), lo que impide que veamos otros aspectos.

Aunque los dos capítulos a los que me estoy refiriendo tratan sobre temas diferentes, considero que tienen importantes puntos en común. En primer lugar, como ya he mencionado, los dos parecen situarse en una línea de pensamiento que podemos denominar “ecofeminismo animalista”. En segundo lugar, las dos autoras concluyen sus trabajos sosteniendo que es urgente que impulsemos un cambio. L. Desblache nos invita a pensar un “sistema de la moda” en el que los animales dejen de ser víctimas y pasen a ser fuente de inspiración de nuevas ideas que nos ayuden a tener siempre presente nuestro parentesco con estos ellos. Por su parte, V. Perales afirma que sigue habiendo una patente desigualdad de género en el ámbito artístico, en el académico y, en general, en el cultural. Frente a este hecho, sostiene, urge hacer visible el trabajo de las mujeres involucradas en la defensa de la biosfera y de los derechos. Solo de este modo, será posible superar la visión antropocéntrica y androcéntrica de la realidad que tantas limitaciones y carencias está mostrando tener.

Un último punto que quisiera destacar es que tanto L. Desblache como V. Perales hacen referencia de forma más o menos explícita al interés como obstáculo para lograr los cambios mencionados. Efectivamente, tras la explotación de los animales se hacen patentes los intereses humanos. Es tentador pensar que dicho interés es puramente económico y que tiene que ver, sobre todo, con el sistema capitalista actual. Pero, como bien señala L. Desblache, en la Francia rural preindustrial los animales eran concebidos como meros objetos para satisfacer las necesidades humanas. Así ha sido también, en general, en las demás civilizaciones que se extienden por nuestro planeta y a lo largo de toda la historia. De este modo, el interés que tenemos en explotar a los animales nubla nuestra tendencia natural a relacionarnos con ellos de una forma no opresiva. Soy consciente de que esta afirmación no es quizá muy rigurosa, pues no dispongo de datos empíricos que la sostengan, pero lo cierto es que creo firmemente en una tendencia natural de los animales sociales (como los humanos y muchas otras especies) a integrar en su ámbito de relaciones a los otros animales, sean o no humanos. Una muestra de ello es el interés que suele mostrar gran parte de las personas adultas cuando tienen cerca un animal. Con frecuencia, se acercan a él, intentan acariciarlo si se atreven, emiten algún sonido o profieren algunas palabras esperando un reacción por parte del animal. Buscan la interacción con él. Cuando en vez de adultos, se trata de niños, esta conducta es aún más patente y generalizada. Por su parte, el animal suele reaccionar buscando también la interacción.

Al reflexionar sobre esta actitud y contrastarla con la gran explotación que sufren millones de animales, nos viene a la mente una vez más el concepto de ambigüedad al que se refiere L. Deblache. Cómo superar la tendencia a poner nuestros intereses por delante no solo del bienestar de los animales, sino también de millones de seres humanos, constituye un enorme reto que urge afrontar. Y digo que urge, porque dicha actitud está resultando tan nociva que pude derivar finalmente en la destrucción de las condiciones medioambientales que posibilitan nuestra propia existencia.

 

Jimena Rodríguez Carreño

Investigadora colaboradora

Proyecto KONTUZ! (IFS-CSIC)

Bibliografía